Tal vez no hayamos interpretado bien algunas cosas. De la historia, de nuestra herencia cultural, de las religiones. Así por ejemplo, en el cristianismo, una de las cosas que choca con el punto de vista más científico de hoy en día es lo de los milagros: de Jesús se dice en la biblia, por ejemplo, que caminaba sobre las aguas.
Además del (in)oportuno acto de fe que tradicionalmente se ha requerido, no es difícil imaginar explicaciones cabales para encajar con nuestra experiencia de la realidad esa afirmación.
Pero es que tal vez ni siquiera sea necesario y baste sólo con tener memoria, o un poco de la cultura de aquellos que legaron tal mensaje.
Porque si uno conoce un poco la mitología griega, es posible que advierta que ese rasgo de “caminar sobre las olas” también le era atribuido al mítico Orión, el cazador, que tiene su propia constelación en el firmamento.
Cuyo cinturón, formado por estrellas, suele ser conocido como “los tres reyes”. Como los tres reyes magos de oriente que avisaron a Herodes, hecho que dio lugar a la matanza de los inocentes, según cuenta la tradición y por estas latitudes rememoramos cada año. Otra vez Orión.
Y aún una vez más, cuando huyen para eludir la persecución de Herodes, lo hacen hacia Egipto.
Donde existen tres grandes pirámides cuya alineación, según advirtió Bauval ya hace algunas décadas, coincidiría precisamente con el cinturón de... Orión.
Tal vez esto por sí solo no diga demasiado, pero con el contexto apropiado queda en seguida muy lejos de la casualidad. Uno venía buscando el stargate de Jerusalén y el origen de tanta disputa geopolítica y termina por dar con el “portal de belén”, el templo de Salomón y la cúpula de la roca, precisamente el lugar desde donde Mahoma “ascendió al cielo”. No sé. ¿A Orión?
Pero, qué significa en realidad la palabra Orión, no está tan claro como lo que designa. Unos sugieren la voz Uru Anna, que no se recoge como acadia por lo que he podido consultar pero provendría de mesopotamia, significando la luz del cielo. Otros sugieren “urios”, término griego para la orina y asociado a cierto mito sobre su nacimiento. En él, tres dioses griegos (¿reyes, magos?) habrían miccionado sobre la piel de un cordero (que se desconoce si era virgen) insuflando vida en ello y dando un hijo a un señor mayor que les resultó simpático, un tal Hyereus o Hyria, en, algunos dicen, Beocia .
Estrabón apunta en cambio al término “oros”, que vendría a significar montaña, significando “aquél que habita en la montaña”. Lo que se hace bastante obvio es que el nombre que hoy le damos a las estrellas que forman dicha constelación proviene del árabe, llamándose ésta Al-ğawzā. La nuez. Tal vez en el sentido que también se le da de “la de enmedio”, quizás como núcleo. Y bueno, qué duda cabe que ahí parece estar el “meollo” de la cuestión, palabra ésta que en principio nada tendría que ver con micción alguna. Lo que parece claro es que ciettos relatos legados parecen a ojos de hoy demasiado extraños como para no encerrar ningún valor simbólico.
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