A veces, por lo general, se diría que siempre, la verdad está delante de nuestros ojos. Y es precisamente por haber estado siempre ahí por lo que puede pasar más inadvertida.
Hace ya más de 40 años, en 1984, Mahmoud Abbas (presidente de la autoridad palestina) denunció los lazos históricos entre sionismo y nazismo en su obra “The other side: The Connection between the Nazis and the Leaders of the Zionist Movement 1933–1945 ” que por supuesto ha sido tildada de antisemita. Eso último difícilmente podría sorprender a nadie, también de “negacionista del holocausto”.
Aunque lo cierto es que el sionismo no lo conforman semitas y la cuestión no es negar el holocausto, muy al contrario, es identificar a sus últimos responsables.
Con la mayor perspectiva que ofrece la distancia del tiempo se hace más evidente como el proyecto de Israel ha sido ensamblado y sus objetivos últimos.
Un recurso inteligente que se observa en las artes marciales es utilizar la fuerza del adversario contra él mismo. Lo suelo citar porque estratégicamente es el recurso más eficiente. Y qué duda cabe que el rechazo contra los judíos, más justificado o menos, no es que no tuviera en la Alemania del siglo XX su génesis, es que parece una constante a lo largo de la historia de Europa.
Ésa es en parte una de las razones con las que se trata de justificar la creación de Israel aunque lo cierto es que bien tuvieron la capacidad de adquirir posiciones relevantes en esas sociedades. Muchas veces la causa de la muerte es el propio éxito. Etimológicamente son incluso sinónimos (exitus).
Muy parecido a lo que se sucede con los templarios, que de ser la “Orden de los pobres compañeros de cristo y el templo de Salomón” pasan a ser acreedores de la mitad de las monarquías europeas. Y con prácticas idénticas, pero no es el tema central aquí.
El tema es, por ejemplo, que ya hace tiempo que se discute si Heisenberg, el responsable del proyecto atómico nazi, tenía capacidad para desarrollar armas nucleares. Algunas tesis sostienen que jugó un papel de bloqueo.
Y, si atendemos a la tesis planteada por Abbas, la de la relación de sionismo y nazismo, podemos añadir otro punto de vista a la cuestión.
La idea general encaja demasiado bien, si uno quisiera “restablecer” el Israel bíblico necesitaría una masa importante de personas. Y las cruzadas terminaron porque la gente, por lo general, está mejor en su casa.
Claro que, si aprovechando el sustrato de odio de la Alemania de entreguerras, la humillación , la hiperinflación, se sembrara la semilla de antisemitismo (antijudaísmo en realidad, o tel vez bastara con regarla y abonarla), y se sacara a la gente de sus casas para llevarlas a campos de concentración, luego sería mucho más fácil liberarlas en su “tierra prometida”.
Al menos a una parte. Otra parte debería servir para justificar la atrocidad que tales desplazamientos implican de cara a la población autóctona de la región que los ha de recibir. Es lo que conocemos con holocausto o en hebreo la Shoá.
Y es así como en 1948 se consigue el beneplácito de la comunidad internacional para un proyecto largamente perseguido: la “refundación” de Israel.
Por obra y gracia del sionismo… y el nazismo.
Si la historia hubiera sido realmente como aquí se relata, hubieran sido necesarias, cuanto menos, personas en lugares clave dirigiendo la situación hacia los objetivos fijados: desplazamientos y exterminio.
Y claro, así a bote pronto, no tiene mucho sentido encontrar a sionistas judíos entre nazis furibundos partidarios de su exterminio. Si embargo, como responsable del programa nuclear nazi encontramos lo que es sin sin lugar a dudas un apellido hebreo: Heisen-berg.
Y no sólo eso, Eich-mann juega un papel crucial en lo que se conoce como “solución final”.
Huido a Argentina (qué duda cabe que la pista Argentina es buena) y posteriormente capturado por el Mossad y ejecutado en Israel.
Entonces, dada la “misión” tan especial que llevaron a cabo entre Eichmann y otros, es fácil entender como pudo prevalecer ante las sospechas: promoviendo primero los desplazamiento y luego el exterminio. Promoviendo la confrontación.
En 1937 ya con cierta fama de “especialista en asuntos judíos” dentro del partido nazi, redacta un informe en que declara al judaísmo como “eterno enemigo del nacionalsocialismo”, propone la desjudeización de Alemania y afirma que sólo se podrá llevar a cabo mediante pogromos. Encaja como un guante.
Las dudas podrán aparecer sobre fechas más postreras. ¿En qué niveles del Mossad se conoce esta información? ¿Fue una pieza sacrificada una vez había cumplido su función y fue realmente ejecutado en Israel en 1961?
Otra pieza interesante aquí es el papel de la iglesia católica ayudando escapar a algunas figuras clave. No hay que perder de vista que, este colectivo, equivocado o no, cree dar cumplimiento a la profecía de Daniel y por lo tanto a la reconstrucción del templo en Jerusalén. Luego, sus planes son tan públicos como los de aquellos que los exponemos. No en vano, según se cuenta, las últimas palabras de la última declaración de Eichmann fueron “muero creyendo en dios”.
Y bueno, qué duda cabe que el número asombra del modo más espeluznante posible, sólo hasta que uno ve las imágenes: el propio Eichman en declaraciones de 1945, según el tribunal que le juzgó, se habría atribuido 5 millones de muertes. Como “arquitecto de la solución final” sus cifras deberían ser razonablemente buenas. Luego se habla de 6 millones, lo que vendría a dar cuenta lo que se conoce como “el millón perdido”. En realidad el balance final es lo de menos.
Lo revelador es el plan que ha trazado el destino de la Europa del siglo XX y también del mundo, y también del XXI. A nadie puede sorprenderle ahora el hecho de que Zelensky sea judío, sionista de hecho, ni toda esa simbología nazi que se ha visto en Ucrania.
Y tal vez Israel como proyecto pudiera tener, no una justificación, pero sí un vínculo con el relato histórico que nos ha sido legado a través de las religiones, pero ¿Crimea? Sus mentiras son cada vez más insostenibles y la mano negra que incendió la Europa del siglo pasado queda cada vez más expuesta.
Lo que ya no es tan público es la ejecución formal de Eichmann, ni siquiera su tumba, anónima, que estaría en la prisión de Ramla, cerca de la frontera con Egipto. No parece que haya posibilidad de recurrir al ADN para salir de dudas. Algo parecido con el caso de Hitler. Quién sabe.
Lo que parece claro es que el proyecto de la Alemania nazi, para terminar de cumplir su función, debía desaparecer. Ahora tiene más sentido la apertura del frente oriental que nunca terminó de encajar ni a los propios generales de Hitler que la llevaron a cabo. No habría sido por las peregrinas ideas sobre el petróleo de los Urales que se suelen proponer.
Desaparece la “marca”, el símbolo. Los autores intelectuales sin embargo ven sus objetivos cumplidos legando lo que sin duda es un proyecto de generaciones. Asestando además un golpe definitivo a todo el antijudaísmo centroeuropeo como traca final y silenciando cualquier crítica durante décadas so pena de ser catalogado como lo que ellos en realidad son: nazis. Que se valen sin dudarlo del genocidio incluso de su propia gente para la consecución de sus objetivos. Pero en realidad ni eso, no es la noción de nazis que solemos manejar. Ni siquiera hay odio en el trasfondo de tales planes, hay una suerte de frialdad psicopática todavía mucho más repulsiva.
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