martes, 13 de agosto de 2019

El caballo de Troya

Esto no va ni de griegos ni de infiltrados. Es una descripción sencilla que ojalá sirva para prevenir a alguien acerca de una de las estrategias observadas en el hacer del poder. Y va como sigue:

Supongamos que yo quiero comer de primero pasta, de segundo pollo y de postre helado. La estrategia entonces es sencilla: harán varios menús con helado de postre pero sin pasta ni pollo, algunos con pasta, otros con pollo y otros con pasta y pollo pero con fruta de postre. Y uno acaba comiendo fruta por podrida que esté.

¿La solución? Elaborar el propio menú, razón por la que existen insalvables dificultades para ello. Vía muerta, ergo, queda como suelen decir el derecho al pataleo, queda gritar bien alto que uno no quiere fruta: ¡No quiero fruta hijos de...! Con lo cual es probable que a uno le echen de la fila y tenga que buscar otro menú aún menos acorde con sus preferencias.

Igual hasta aquí suena un poco raro. Si explico que lo hasta ahora dicho es un artículo sobre política y no sobre las ventajas de comer a la carta igual se entiende de forma más clara, aunque en realidad dicha estrategia incide en diversos ámbitos de la vida. Que disfruten de su postre.

La democracia real

Hoy en el mundo se puede afirmar, en términos generales, que vivimos en democracia, sólo que no del tipo que se suele pensar y figura en los libros. Sucede que no se vota como pudiera parecer cada cuatro años, o los que corresponda con una papeleta o un sistema electrónico. Se vota cada día, a cada momento, y la papeleta es de papel moneda o plástico, en su versión electrónica.

Así funciona la democracia capitalista, el dinero por una vía u otra acaba por imponer su voluntad y la política y el estado en lugar de poner coto a su influencia se revela finalmente como instrumento último de ella.

Lo que parecería en principio buena noticia no es tan buena al advertir que algunos tienen más papeletas que otros.
Pero incluso como consumidores, los trabajadores, que conforman el más amplio de los estratos sociales, disponen de cierto poder más allá que la opinión pública.

Lo que pasa es que la narrativa que explica el mundo en general y la economía en particular de forma dominante es la que las élites económicas han elaborado y la que por lo general la única que se expone desde las tarimas de las universidades. Eso convierte a los trabajadores en aspirantes y anula por completo la lucha de clases. Más aún, la ilusión de vivir en un sistema justo que retribuye el esfuerzo apuntala su relato y por lo tanto la conducta social observada.

Lo innumerables ejemplos que demuestran lo contrario no tienen apenas voz, ni voz ni voto, ni visibilidad en los medios de comunicación propiedad del poder económico.
De hecho todos formamos parte de ese poder económico, desde la mayor multinacional que uno pueda imaginar hasta el habitante más pobre de este planeta cohabitan en el mismo mercado global. Y ni siquiera con las mismas reglas del juego. De ahí las atroces diferencias económicas y su aumento, incluso más aún, en tiempos de crisis económica.

Sucede que los diferentes agentes del mercado formamos parte de ese poder en medidas abismalmente distintas, tanto que termina en lo negligible tomando a individuos particulares. Sin embargo el hecho de que una persona de clase media, con una vida hasta cierto punto acomodada pero trabajadora al fin y al cabo, adopte la misma conducta que la de las élites extractivas, e incluso trabajadores en situación de precariedad compartan su relato, hace inviable cualquier cambio significativo.

Y lo cierto es que es cada vez más urgente, la propias élites parecen estar obteniendo más beneficios a medida que la destrucción del sistema económico que les ha encumbrado se acelera, sólo eso explica su negligente actuación a la hora de administrar el sistema que les mantiene en su lugar. Aún con todo no lo justifica.


Y es que, si la democracia del dinero cae, podrá correrse el riesgo de volver a la dictadura de la fuerza, en algunos casos mucho más democrática dada la importancia del número de individuos en esas cuestiones.
O quizás sea hora de avanzar y convertir esta democracia en la que se vota con billetes en algo más parecido a la apariencia que se tiene generalmente de la misma.

Y es el relato lo que nos separa de ello, de ahí se deriva la conducta de las clases trabajadoras.
Por eso el poder económico ha sabido desarticular cualquier estructura moral de la sociedad y en nada tiene que ver la derecha tradicional, que aún desfasados conservaba algunos valores éticos, con la derecha liberal de nuestros días.

Ellos son los que promueven el nihilismo y hedonismo de la sociedad actual por pura conveniencia, igual que la promiscuidad y otras cuestiones mientras de puertas para adentro mantienen intactas sus estructuras familiares.
Desvinculado el individuo de una red de apoyo, sólo le queda el estado, controlado por ellos. No hay por lo tanto ya opción de resistencia ninguna ante los abusos laborales y otra injusticias.

Y el relato lo ganaron siguiendo los principios de la propaganda de Goebbles, porque dirán todos que los nazis eran más malos que el propio demonio, y tal vez lo fueran, y que estaban del todo equivocados en todo, y quizás lo estuvieran. Pero esos principios funcionan. Al menos a corto plazo. Y corto en este contexto puede ser más décadas de lo que abarca la vida de un hombre. Vivir y morir engañado sin descubrir jamás el velo. Viendo sombras, desde la caverna. En democracia, sí. La democracia del dinero, esa es la democracia real.




sábado, 3 de agosto de 2019

El reloj de cristal

Usurpando algo del enfoque relativista, lo que es avanzar y retroceder cobra un significado mucho más cuestionable. Hasta tendría sentido avanzar retrocediendo y retroceder avanzando. Al final el movimiento es un fenómeno relativo, ¿no?

Relativamente relativo, para más sorna. Pensemos por ejemplo en un círculo. En un cuerpo describiendo una trayectoria circular, girando vamos. Es indudable que ese giro tiene un sentido, una dirección. El hecho del movimiento es absoluto. Lo que es realmente relativo es su sentido. Porque si uno mira esa trayectoria circular verá que el movimiento del giro en su mitad superior es hacia el lado inverso que en su mitad inferior.

Del mismo modo un reloj, con la aguja de las horas, viaja de izquierda a derecha desde las 9 a las 3 y de derecha a izquierda desde las 3 a las nueve, ¿sí? Entendamos pues que la denominación de giro dextrógiro o levógiro es pura convención.
Porque, dándole al asunto una vuelta más, y nunca mejor dicho, si convertimos en cristal la esfera del reloj (y esfera le llaman por plana que sea) y vemos ahora nuestro reloj de cristal desde el lado opuesto notaremos que las agujas corren en sentido contrario y se invierte el giro. Y si en lugar de números hay sólo unas marcas en cada hora no podremos saber si estamos del derecho o del revés y mucho menos que hora es.

Luego, de que el giro tiene un sentido podemos estar seguros. Lo que no estamos en condiciones de determinar en términos absolutos es cuál es ese sentido. Depende del observador y, cuando un observador define el sentido del giro, se puede decir que en realidad lo que está definiendo es su posición respecto a éste antes que el propio sentido del giro.

Y es que el giro va hacia abajo. Y va hacia la derecha. Y va hacia la izquierda. Y va hacia arriba. Y vuelve a empezar. El giro va en todas direcciones. Pero no va en ninguna. Se diría que no se mueve. Pero gira.

El giro es un cambio constante de dirección. Y a la vez una repetición del mismo trazado. El giro es la vibración visto de lado. Y cuando el giro encuentra una resistencia homogénea en todas direcciones, resulta circular antes que elíptico.
¿Y hacia que lado vence el giro esa resistencia? Bueno, tal vez dependa del punto de vista. Tal vez hacia un lado o el otro. Tal vez hacia todos lados, tal vez hacia ninguno, y por eso gira.

Si el universo fuera un sinfonía, el giro sería su obstinato. Una figura que van a repetir en diferentes tempos, tonos y timbres los diversos instrumentos de la orquesta. Pero es una metáfora que no me acaba de convencer, sugiere la idea de un director divino que agita su batuta cual varita mágica. Tampoco creo que el giro tenga de hecho voluntad propia. Lo que creo es que gira porque no tiene más alternativa. Porque hay una causa que lo impele y el giro es su consecuencia, del mismo modo que el giro es causa a su vez, del mismo modo que unos engranajes hacen girar a otros.

Y si aceptamos que todo fenómeno tiene una causa precisa y exacta que lo origina y que azar es sólo otra forma que tienen de nombrar los hombres su ignorancia, es inevitable entender que las cosas son de la única manera que pueden ser y no pueden ser de otra manera.

Y no sólo eso, si nuestro sentido común y la razón quieren rehuir la quimera del infinito en esta cadena de acontecimientos causales, no queda más opción que replegarla sobre sí misma convirtiendo la última consecuencia en la primera causa, si es que tal noción tiene, como el giro, sentido. Si es que un círculo tiene principio o final, si no son todos su puntos equivalentes. Si no es un círculo su propio centro, ya que, tratar de hallar razón alguna entre su longitud y su radio sólo aboca al infinito. Y bajo tal premisa no queda más que aceptar un eterno retorno en los términos que propusiera Nietzsche.
Al final lo que se encuentra es la manera de hallar el infinito: huyendo de él.

El ventilador cuántico

Ahora que con el calor muchos andamos todo el día pegados a un ventilador parece buen momento y además es en parte el motivo de compartir la siguiente reflexión.

Pongámonos en el caso de alguien que jamás hubiera visto un ventilador. Al fijarse en él vería lo mismo que todos, el círculo consistente que crea el giro de sus aspas. Por eso mismo no podemos apreciar con certeza el número de aspas que posee mientras está en movimiento. Alguien con ciertas ínfulas pseudofilosóficas podría afirmar que las aspas no poseen una posición determinada y no siguen una trayectoria, sino que poseen una probabilidad de hallarse en un lugar determinado y que esa es su indeterminada naturaleza íntima.

Esa es en cierto modo la apariencia, como consecuencia de su rápido movimiento, pero todos sabemos que las apariencias engañan y que tal vez Bohr y Heisenberg, por las latitudes que habitaron, no tuvieron necesidad de usar con frecuencia ventiladores para alcanzar a advertir esta simple analogía.

Así, todos sabemos que existe un número determinado de aspas, sea el que sea,  que siguen una trayectoria concreta y que poseen una posición cierta en cada espacio de tiempo. Todo ello aunque la apariencia señale lo contrario y en nuestra escala de velocidad esas aspas supongan un muro sólido e infranqueable.
Aunque no tengamos la capacidad de medirlo estando el cuántico ventilador en funcionamiento.

No por ello hay que volverse loco y reaccionar como un hombre de las cavernas en busca de la brujería que alimenta al ingenio y afirmando que se comporta según unas leyes que nos son desconocidas y distintas del resto de realidad que nos rodea. Lo que cambia es la escala, de velocidad en el caso del ventilador y además de tamaño en el caso de la física cuántica.

Y llevando el ejemplo aún un poco más lejos, imaginando que fuéramos capaces de encajar las aspas de dos ventiladores girando a la misma velocidad, es obvío que girarían en sentidos opuestos. Luego, conocida la dirección de giro de uno, conocida por simple eliminación la dirección de giro del otro, condición que se mantendría aunque los separemos ya no kilómetros sino años luz, si nada interviene en revertir ese sentido de giro (asumiendo que el giro posee tal condición objetivable como lo es un sentido, pero es harina de otro costal y materia para otro capítulo).

Afirmar que las aspas están en más de un lugar al mismo tiempo, a modo de superposición, es no entender el efecto que se genera con la velocidad de rotación y limitarse a señalar de nuevo lo aparente.
Sucede que a efectos prácticos, en nuestra escala de velocidad como decíamos, no nos va a ser factible meter el dedo en un ventilador y sacarlo sin que las omnipresentes y aparentemente superpuestas aspas nos cacen en atrevido dedito. El del medio, por ejemplo.

Ahora bien, disparando una bala lo suficientemente rápida se podría atravesar el espacio que abarca el giro de esas aspas sin dañar ninguna.
Y otro ejemplo más, el ventilador que suele llevar un ordenador suele girar a una velocidad del orden de mil revoluciones por minuto. Eso sería aproximadamente unas 15 o 20 revoluciones por cada segundo. Si ese dedo en lugar de moverse a la velocidad acostumbrada lo hiciera cien veces más rápido nuestro ventilador completaría una vuelta cada cinco de estos nuevos segundos en el nuevo tempo del dedo acelerado.

La metáfora es la misma que la de la bala. Y la idea es señalar que subyacen exactamente los mismos principios físicos aunque las diferentes escalas les puedan dotar de apariencias radicalmente distintas. Las leyes de la física, si son correctas, son universales. Y eso abarca también las diferentes escalas, no hay un mundo de lo muy grande y lo muy pequeño, hay un solo mundo construido bajo los mismos principios. Y aquel simple operario que ensambla los ventiladores en una cadena de montaje lo sabe con certeza, no hace falta ser arquitecto para comprender que lo que uno está observando no es ni magia ni ninguna nueva física sino efectos en otras escalas que no son menos fascinantes.

Simplemente miren al ventilador, además de disfrutar de la liberación del aire que recoge la temperatura de su piel intercambiado por otro más fresco, miren como gira, tan rápido que la forma de sus aspas conforma un nuevo cuerpo con la forma de su trayectoria. ¿No es maravilloso? Casi tanto como su constante brisa en un día caluroso de verano. Disfruten de su ventilador de confianza, de su compañía, y por qué no, de sus enseñanzas.

Ah, y que nadie me diga que el ejemplo no es válido porque el movimiento de un ventilador se desarrolla en un plano perpendicular a su eje y la realidad es tridimensional. Por supuesto que lo es. Sigan la analogía, seguro que llegan ustedes solos.