miércoles, 5 de junio de 2019

El pasado olvidado

Es francamente curioso descubrirte casi sin darte cuenta como extranjero en tu propia ciudad, a modo de turista accidental, y no muy lejos de donde vives. Y además sentirte aún más foráneo en el momento que conoces algo más tu ciudad.

No es que hubiera pasado mil veces por delante de eso muro pero sí las suficientes para decir que lo conocía. O eso creía yo claro. Ese tremendo muro parcheado tan hasta la saciedad que adquiere tintes dadaístas. Como un puzzle rehecho mal, con piezas de diferentes cajas, tan horriblemente mal compuesto que se acerca a lindar con cierta belleza extraña.

Es el muro que hay en Barcelona, al lado de la catedral, detrás de la estatua ecuestre de la plaza Berenguer, una imagen vale desde luego más que mil palabras, pero no deja de resultar divertido describir tan pintoresca obra.







Había pasado algunas veces por allí, pasé muchos fines de semana cuando era joven por las callejuelas de barrio gótico. Joder, si es que incluso estudié por allí uno o dos años. Pero, ay, amigo, nada tiene que ver lo que recogen unos ojos viejos y unos ojos jóvenes ante la misma imagen. No tiene en realidad que ver con ningún síndrome de Stendhal, en realidad es como encontrar la pieza de un puzzle que hace tiempo que andabas buscando. "Ah, eso encaja ahí".













Pero tendré que explicarlo desde el principio. O con ánimo de brevedad, al menos desde un poco antes. En realidad, para mí, todo empezó en Cuzco. Podría remontarme mucho más atrás y exponer los caminos que me llevaron hasta allí pero es un buen punto de inflexión. Me impresionó hondamente, y lo sigue haciendo, la fortaleza de Sacsayhuamán. Las fotografías que he visto, vamos, nunca he estado ni creo que esté en Perú.

Y la razón de la honda impresión que me causó no es solo el tamaño de los enormes e irregulares sillares que la componen, más bien su forma encaje, acabado, técnica constructiva. En aquel momento me pareció la que quizás sea la mejor evidencia de ese algo que estamos pasando por alto.

Y como yo tampoco sé aún exactamente el qué le llamaré algo. Podría lanzar infinidad de especulaciones más o menos fundadas pero ciñéndonos a los hechos creo que fue tal vez la primera vez en mi vida que me sorprendí (también entonces) contemplando algo que en un principio es tan anodino como vulgares piedras con un vívido interés. Ya ves tú, piedras. Bueno sí, también compartí la fascinación de las pirámides con cualquier mente sensata, pero las miraba más en su conjunto, nunca me fijé en los detalles hasta entonces, aunque después volvería a Egipto con una nueva mirada. A través de internet también, por supuesto.

En primera instancia me resultó hasta divertida la forma abombada típica de ese estilo que recorre el Cuzco. En las pirámides hay desde luego mucha cantidad de piedra, una montaña de ellas, literalmente. Pero lo cierto es que toda la zona del valle peruano goza de un estado de conservación envidiable. Sí, todas las guías de viajes hablan de Machu Picchu y todo turista que se precie recorre el camino en tren hasta Aguas Calientes para visitar la ciudadela. Y es desde luego soberbia, majestuosa, pero no fue capaz de abrirme los ojos para apreciar lo que realmente estaba viendo. Eso lo encontré en las inexistentes rendijas entre los bloques de piedra de Sacsayhuamán.

Y desde ahí, con una mirada que ya veía otras cosas, fui retrocediendo sobre mis pasos y buscando otros lugares sobre los que sólo había depositado la vista de manera somera, desde templos hindúes con elaboradísimas decoraciones en bajorrelieves hasta la más lisa y llana piedra que se pueda encontrar en el valle del Nilo.
No soy desde luego el primero que ha unido los puntos trazando una línea que dibuja un paisaje impensable e imposible para la Arqueología, la Egiptología y la Historia en general. O inaceptable, que es peor.

Aún así cada vez se halla más evidencia en casi cada rincón del planeta. Por eso mismo no me salían las cuentas: América del sur y central, sigue faltando América del norte. El lejano oriente y oriente medio. África también está pendiente, al menos por mi parte, aunque recuerdo algunos detalles prometedores. Japón, incluso Siberia. En realidad lo estamos pisando todo el tiempo, en todas partes, y ni siquiera nos damos cuenta. Es nuestro pasado, ese que ya (¿casi?) nadie recuerda.
¿Y Europa? Rastros a lo largo y ancho del globo en lugares que nunca podré experimentar en primera persona y sin embargo aquí... nada. Sí, en el mediterráneo, pero mil kilómetros pueden ser tanto como diez mil.

Perdón, aún no he explicado en realidad de lo que hablo, aunque para muchos debe estar bastante claro: piedras, patrones de construcción y arquitectónicos que parecen reproducirse en forma muy similar a lo largo y ancho del globo con un cierto denominador común, como una misma lengua hablada con distintos acentos, un lenguaje que es hablado con piedras.

Y tendría que añadir un puñado de etiquetas que me resultan demasiado kitsch para la firme sutileza de lo verdadero y la profunda solidez de lo que es realmente viejo: megalítico, antediluviano, civilización perdida y todo ese coro de ideas hasta llegar a la Atlántida, Mu, el Shambala, Shangri-La y como te descuides hasta la tierra hueca que de algún modo nos narró Julio Verne.
Pero alto. Quedémonos en la más estricta realidad. En la solidez innegable de las piedras. Tan pesadas que nadie ha movido de ahí desde no se sabe cuando. Y la expresión es literal. En Cuzco tienen su muralla inca, aquí tenemos nuestra muralla romana (o lo que queda de ella), claro. Y a buen seguro eso ya estaba allí cuando caminaban por sus respectivos aledaños tanto incas como romanos, sin duda. Más complicado es establecer desde cuando.

Decía antes que estudié un tiempo precisamente en el barrio gótico de Barcelona: Escuela de Artes Aplicada y Oficios Artísticos Llotja. Y utilizaban el acrónimo además, que da bastante coraje. En mi currículum está. En la Llotja, como la conoce todo el mundo. Recuerdo el examen de ingreso poco antes de que terminara de descarrilar mi experiencia académica. Estuve en la sede de la Plaza Verónica que atraviesa la calle Avinyó, la de las "señoritas" de Picasso, sí, pero más relevante como parte del trazado original de la muralla romana y tal vez también "romana".







Lo comento porque algo de formación... perdón, sensibilidad artística tengo. También me ha interesado el Grafitti y me divertía reconocer los diferentes estilos de los diferentes autores. De hecho es esa sensibilidad la que me mostró con claridad que la esfinge de Guiza era una chapuza enorme en términos de proporciones y esa cabeza no pegaba ni con cola. O eso o los egipcios eran horribles con las proporciones, pero hay no pocas esculturas que desmienten con claridad tal afirmación.

Y de alguna manera es el mismo resorte que actúa al reconocer esos patrones a la hora de ver ciertos trabajos en piedra y como se estructuran. Así el estilo que se puede ver en los últimos vestigios de esa forma de trabajar la piedra en Barcelona recuerdan mucho antes a lo visto a lo largo del Nilo, en el otro extremo del mediterráneo, que al estilo peruano o boliviano, incluso mexicano. Y nada que ver con el barroco estilo oriental. Y aún así sigue existiendo un hilo conductor y no hablo (no sólo) de pirámides.

Desde hace un tiempo albergo el temor de que haya una historia antes de la historia, peor aún, antes de la prehistoria. Muchos han hablado al respecto, de alguna manera hay todo un pequeño movimiento underground, que se suele encasillar y mezclar con posiciones new age, y que está dándole relieve a una cierta lectura de este tipo de evidencias ante las que la academia parece no ofrecer más respuesta que el mudo cartel que reza "muralla romana" sobre algunas de esas viejas piedras.


No vale la pena entrar en discusiones, baste decir que tenemos el carbono 14 para medir la antigüedad de restos orgánicos (y yo no pondría la mano en el fuego) y no existe un medio más que "contextual" para la datación de restos inorgánicos, minerales, en este caso piedras. Estratos de distintos asentamientos, etc, simplificándolo mucho y desde el ligero conocimiento que tengo. Cada vez es más firme la convicción de que estamos pasando por alto algo importante.

Y no es un asunto fácil pero es bastante evidente, bien que las palomas toman de buena gana un nido producto de alguna obra que pueda realizar el ser humano antes que hacer uno propio. Para qué hacer un esfuerzo para un resultado peor, simplemente aprovechan lo que les brinda el medio. Y las personas, pensando en antiguos pobladores, no veo que tuvieran que adoptar una actitud distinta. Se sabe que hay capas y capas de distintas épocas en los diferentes asentamientos, que los templos se construyen y reconstruyen.

Hay evidencias por todo el planeta de una cultura megalítica global, y no estoy pensando en los menhires que paseaba Obélix y en Stonhedge, sin excluirlo. Hablo de piedras tan viejas que en algunos casos se funden completamente con el paisaje, otras aparecen centelleantes como una estrella fugaz en mitad de una noche sin luna.
Hay un piedra en Arabia Saudí, irregular y enorme, partida por la mitad de su centro de masas de modo que ambos lados permanecen en equilibrio de forma perfectamente paralela a unos pocos centímetros.
Es una monumental obra de arte que su autor no firmó. Y no sólo de arte, también de ingeniería. Nadie sensato podría mirarla sin enloquecer. Y ahí está, muerta de risa, o muerta de asco, da igual. Estamos pasando algo por alto. Y no pequeño, precisamente.

Y cuando realmente te das cuenta, es una gran sensación de extrañeza. El mundo por el que caminas es en realidad el que siempre ha sido. Tú eres la misma persona. Pero es todo enormemente distinto, eso es lo fascinante, cómo sin cambiar nada cambia en realidad todo.
Y ves las mismas cosas con los mismos ojos que las miraste y ahora lo que ves es algo completamente distinto. Y entre el batiburrillo de piedras que conforman ese fragmento de muralla en Barcelona, unas recientes, otras con décadas, otras con siglos, otras con milenios... encuentras la evidencia, por lo menos el leve indicio que te permite aventurar, ese pequeño detalle que conecta con el resto, esa pieza en el puzzle que faltaba y que parece confirmar que la dirección del razonamiento se halla en el buen camino, aunque sea para no hallar nada "bueno".

Muchas veces me había encontrado con pensamientos, en relación a los antiguos pobladores de Egipto, por ejemplo, que de un modo u otro dejaron que la esfinge quedara sepultada por las arenas, acerca de su desinterés por su herencia, o lamentando la retirada de la capa externa de recubrimiento de las pirámides de Guiza que utilizaron casi como cantera. No sé, como si no hubieran dado valor a su patrimonio histórico, al legado de sus predecesores. Todos esos templos sumidos en el más absoluto olvido. Pero lo cierto es que al final resulta al revés, bendita pereza.

Me da que pensar que en Europa ese mismo patrimonio, de un modo u otro está completamente esquilmado y bajo los cimientos de la civilización actual. Y cuando digo actual hablo de los romanos, por ejemplo. ¿A quien no le sorprende la afirmación de que muchas de nuestras vías trascurren por el trazado romano ya que es óptimo, en muchos casos?. Qué buenos ingenieros de caminos. Pero, ¿se trata del camino que abrieron o por el que transitaban? ¿Quién está en posición de descartar que ya estuviera ahí? No quiero desmerecer en nada la obra pública romana, pero todos sabemos que al fin y al cabo fueron una imitación de los griegos, en muchos sentidos. ¿Y qué modelo tomaron los griegos? Y Egipto... La conversación que relata Platón entre los turistas griegos de por entonces y los viejos sabios de Egipto no tienen desperdicio: "oh, Solón, tus atenienses no son más que niños...".

En realidad, con la mirada educada, basta pasear una tarde por el barrio gótico de Barcelona para darse cuenta de lo que tiene en común con Cuzco, claro que en el caso de aquí mucho más ametrallado, desmontado, dado la vuelta, inclinado, vuelto a montar y a veces rellenado con puro escombro y cemento. Y sin embargo, aunque muy tímidamente, aún persiste reconocible para ojos bien entrenados. ¿El qué? El pasado que hemos olvidado.

Pasé bastante tiempo por las calles de ese barrio, no lo vi entonces, hoy sí que lo he visto. Tal vez tú sólo veas piedras.