miércoles, 23 de marzo de 2016

Un perro llamado Default (La gran mentira del dinero III)

Podría haber surgido de muchos modos, claro. Pero al final, de una manera u otra, la creación de crédito iba a tocar a su fin. Hubiera dado contra un límite al final. Si se hubiera detenido en la línea de seguridad del scoring y el control de riesgos, hubiera sido similar, pero fue aún más allá.

Ahora nos adentramos en el interesante mundo del los tipos de interés negativos. Los bancos se rasgan las vestiduras, por supuesto. Prefieren cobrar por crear dinero para sí mismos, mucho más que pagar por hacerlo. No es ninguna sorpresa. La avaricia nunca lo es.

Bien, no va a funcionar. No hay solvencia para ello. Y eludir los controles de riesgo nuevamente sólo va a abocar a nuevos aumentos de la morosidad. El capital no halla rendimiento y empieza a recibir intereses negativos. Todo lo que sube ha de volver a bajar. Sobre todo, si ha de volver a subir.

Así es el capitalismo, el dinero fluye hacia arriba, se acumula por diversas vías en un efecto gravitatorio. Los grandes capitales pugnan por rendimientos cada vez más escasos. Siguen buscando sustraer más trabajo de la economía real. Llega un punto en que destruyen empleo en una espiral deflacionista de demanda decreciente. Si los tipos de interés bajan de cero, ¿qué incentivo va a encontrar el inversor? Ni siquiera atenuar la erosión de una inflación débil.

El incentivo del flujo de crédito desaparece en el punto en que el interés negativo se iguala a la inflación, generada ahora por las impresoras de los bancos centrales. No hace falta entrar en los pormenores de esas facilidades cuantitativas, el dinero no llega a los insolventes, no ofrecen garantías de solvencia por definición, y así seguirán. Con un consumo en retroceso tampoco hay expectativa de rendimiento para la inversión. No va a haber creación de empleo sin pérdidas, en el marco global.

Dice el dicho que para que no te muerda el perro no has de correr más que el perro, has de correr más que alguno de los que te acompañan.
Esa es la carrera en la que estamos todos y el perro se llama Default. Y nos irá cogiendo uno a uno mientras pugnamos por no ser el siguiente en caer. Personas, empresas, países.


Nos hemos alienado de la naturaleza de la realidad. El árbol nunca hubiera aceptado ese trato de "dame hoy la manzana, que ya subiré a coger dos mañana". Al final toda la pelea por el dinero, todos los engaños y todas las disputas resposan sobre una simple cuestión: no nos gusta trabajar. O tal vez de otro modo: queremos mucho más de lo que nuestro trabajo nos procura.

El día que las personas aprendan a vivir de los frutos de su trabajo y no del de los demás, habremos solucionado muchos problemas, no sólo en economía. Desde donde estamos hoy, el futuro nos queda a la espalda. Por este camino de huída hacia delante, no hay nada.

Lo llamaron crisis (La gran mentira del dinero II)

El invento está muy bien, sobre todo para el dueño del banco, pero tiene algunos defectos.
Si a un banco no le pagan la deuda es una faena, el pobre banco se queda sin el dinero que ha creado de la nada.
Y no lo crean para los demás, sólo faltaría, no son una ONG. Bueno, estrictamente sí lo son, pero ése es otro asunto.

Si a un banco no le devuelven la deuda pierde todo el sudor invertido en teclear las cifras de un apunte bancario o en la impresión de los formularios y demás esfuerzos de su sacrificada tarea. Costes operativos.

Además, tiene una reserva retenida a razón del dinero que ha creado y eso, en algunas mentes, computa como pérdida. El tener una capital que no obtiene rendimiento, que no crece. Coste de oportunidad lo llaman.

Esas mismas mentes entendieron que el invento era muy mejorable. ¿Por qué esperar a que se devuelva el crédito para disfrutar de ese jugoso dinero de nueva creación? ¿Cómo se podría materializar en líquido esa promesa de pago futura de los deudores?

Pues muy sencillo, mediante un vehículo de inversión. Se coge la deuda, se empaqueta, se envuelve para regalo y se le pone un lazo bien hermoso. Uno que ponga por ejemplo: Collateralized Debt Obligation.
CDO para los amigos.

Y uno se va con ese paquete tan bonito debajo del brazo al mercado, que con lo poco que le cuesta ganar el dinero a alguna gente (los bancos, que lo crean de la nada) seguro que alguien lo comprará.

Cada vez que se vendía un paquetito el sueño de la liquidez se hacía real. El dinero que antes se creaba en afanosos plazos ahora, en cuanto era creado, volvía a su creador en forma líquida mediante instrumentos como los CDO.

Hipotecas empaquetadas juntas. Es una apuesta segura, la gente antes que nada paga sus hipotecas. En el peor de los casos no iban a dejar de pagar todos a la vez. Algunos de los pormenores quedan expuestos en el el film La gran apuesta (The big short).



Resumiendo, los bancos se envenenaron entre ellos en una carrera de avaricia. Uno de los mantras neoliberales, el gran peligro de dejar la creación de dinero en manos del estado opresor, que terminó por llevar la creación de dinero a manos privadas y alejar la impresora de los gobiernos manirrotos, caía por su propio peso.

Todo ello espoleado por las políticas de bonus, incentivos y comisiones. Sin embargo las incompetentes agencias de rating seguían bendiciendo mierda con su triple A.

Lo curioso es que todos los bancos habían comprado y vendido en gran medida esas deudas, tal vez confiando que la solvencia de sus préstamos era aún peor de los que adquirían. Al fin y al cabo en alguna parte tenían que poner el dinero que creaban. Para ellos tenerlo simplemente en una cuenta dejando que lo erosione la inflación es un coste de oportunidad inaceptable. Aunque, a la postre, les hubiera ido mejor.

Cuando uno concede un préstamo y se desvincula del riesgo de impago, la calidad del préstamo no le afecta en absoluto. Y al parecer, en el mercado, importa poco lo que haya dentro del envoltorio si el lazo es bien vistoso.

Como era inevitable, algunos préstamos no se iban a amortizar. No fue ninguna maldición sobrevenida ni caída del cielo. Se sabía desde el mismo momento de la concesión del préstamo, que en muchos casos había requerido de artificios como falsear nóminas y otras lindezas. Adiós al control de riesgos, total, en cuanto se venda en el mercado el riesgo será de otro. Ése y no otro fue el detonante.

Cuando los impagos van subiendo saltan las alarmas y se inicia la reacción en cadena. Activos tóxicos, decían los periódicos. Los bancos no se fían los unos de los otros. Ni siquiera sabían lo que tenían en sus balances. Al final, lo que cuesta poco de ganar, cuesta poco de gastar.

Sucede además que, dado que todo préstamo se introduce con un interés, para que sea posible cubrir ese interés se requiere una dinámica constante de creación de nuevo dinero. Lo que viene siendo crecimiento.
En el momento en que, por un motivo u otro, cesa o disminuye la creación de crédito, no existe en el sistema dinero suficiente para saldar principal e intereses del monto total de deudas. Y entonces es cuando se para la música, como decía Jeremy Irons en Margin call, y empieza el juego de las sillas.



El resultado inevitable es que la morosidad crece. Al crecer, retroalimenta el círculo vicioso de impagos.
Y entonces es cuando los bancos centrales se ponen a imprimir papel como si no hubiera mañana, unos antes, otros después. Para cubrir las supuestas pérdias de unos bancos que en realidad no son tal.

Bueno, al final sí lo fueron ya que algo habían pagado por aquellas hipotecas basura triple A que otros concedían. Pero viendo de donde procede el dinero de su negocio, con el que las compraron, hablar de pérdidas carece de sentido. Todo lo hace y deshace la magia de la contabilidad.

Esa es la estafa en la que hemos nacido todos los que hoy caminamos por esta economía global y con los años sólo ha ido a peor.
Se sabe desde hace mucho que el capitalismo conduce a la perpetuación del capital y su incremento, lo negaron, según ellos lo refutaron y siguieron con su estafa.

Se sabe del mismo modo que los rendimientos del capital, una vez alcanzado su máximo, van a trazar una curva decreciente. Lo siguen negando porque admitirlo sería admitir su propia estafa.

En vez de eso, lo llamaron crisis. Dentro de no mucho se va a cumplir una década de una recesión que parece que no tenga fin. No lo tiene. Es la culminación de un sistema económico. No se trata de ningún error o mal funcionamiento. El sistema estaba diseñado sencillamente para esto.





La gran mentira del dinero

Hace ya algún tiempo el Bank of England publicó un sórdido boletín con el que trataba de apagar algunos fuegos.

Desde la publicación en 2006 del documental Money as debt (El dinero es deuda) algunos rumores habían corrido como la pólvora por ciertos círculos. El documental, sin ofrecer todos los detalles, apuntaba el modo en que los bancos privados se han ido, en pocas palabras, apoderando del mundo: robándonos a todos.

La cuestión despertó la curiosidad de no pocas mentes inquietas. ¿Era tal cosa posible?
Años después, el infame boletín trataba de hacer un gran cortafuegos para enterrar el asunto. El plan era asumir algunos argumentos pero emborronar el fondo de la situación. Las conclusiones que vienen a continuación se desprenden de una reflexión acerca de los hechos expuestos en ese documental y en el modo en que se crea el dinero, pero hasta ahora no se han pronunciado públicamente con todas las letras.

Y al parecer eso es lo que el mencionado boletín trataba de encubrir. Deshagamos el velo.
Los autores, que me imagino deben tener la desfachatez de hacerse llamar economistas, se expresan en los siguientes términos:

 Just as taking out a new loan creates money, the repayment of bank loans destroys money

Fuente: http://www.bankofengland.co.uk/publications/Documents/quarterlybulletin/2014/qb14q102.pdf


 Es decir, admiten la creación de dinero de forma efectiva por parte de la banca privada pero acto seguido afirman que al devolver la deuda, ese dinero se destruye. Ah. Todo arreglado entonces, no es tan grave. ¿Seguro? Veámoslo con más detalle.

Continúan su exposición con un ejemplo de compra a crédito en un supermercado. Muy bien.
Vamos a partir de su misma premisa, que al prestar dinero el banco lo está creando, respaldado por una reserva fraccionaria.

Pongamos una reserva de un 10%, eso significa que un banco para prestarme 100 libras ha de tener en reserva sólamente 10. Las 100 libras las crean cuando yo pido el préstamo. En este caso, cuando pago a crédito en el supermercado.

Me han dejado 100 libras, que no tenían, respaldadas por 10 que sí. Y yo pago las 100 en el supermercado. Esas 100 libras, de nueva creación, están ahora en la cuenta del supermercado. Nadie va a destruir esas 100 libras.

Muy al contrario, cuando yo devuelva esa deuda, ingresaré 100 libras en la cuenta del banco, más intereses. Un banco que, recordermos, al principio de la jugada sólo tenía 10. Ahora tienen 110 libras y los intereses. Milagro.

Simplemente los bancos crean dinero que en última instancia es PARA ELLOS MISMOS. No dejo de preguntarme cómo este pequeño detalle les ha pasado inadvertido a los sesudos especialistas del "prestigioso" Bank of England. Tal vez hayan confundido en su ejemplo una tarjeta de crédito con una de débito. Le puede pasar a cualquiera. Me he expresado en libras para facilitar la comprensión del artículo a economistas británicos.

Lo que se destruye en realidad es un falso apunte contable en negativo que el banco ha anotado en su balance. Ellos apuntan "Me deben 100" y cuando se lo devuelven lo tachan. Y todos en paz.
Lo cierto es que, como hemos visto en el ejemplo, esas 100 libras nunca las tuvieron antes de conceder el préstamo. Y el hecho de que se las anoten como "pérdidas" hasta que se las devuelvan es una real pantomima.

Lo triste del señalado boletín (llegó a titulares) es que, más allá de sus intenciones, es una chapuza infumable. Una vez asumida la premisa, que es correcta, no hay modo de enmascarar las consecuencias obvias que se desprenden.

LA BANCA PRIVADA NO SÓLO CREA DINERO, LO CREA PARA SÍ MISMA.