jueves, 2 de agosto de 2018

La distopía de cada día

Volverá la lucha de clases, tan largamente postergada por la anestesia de la expansión monetaria.

Siempre se quiso contentar falsamente a todos, dar dinero a todo el mundo, sobre todo a los que tienen más, con cargo a una deuda que ha terminado por socavar el más mínimo atisbo de solvencia cuando no de liquidez.

Se terminó la expansión crediticia y con ella el crecimiento económico, tal vez sólo nos quede por ver algo tan absurdo como los tipos de interés negativos, ése es el momento en el que estamos.


Solucionar el problema requiere una acción internacional coordinada, requiere una verdadera redistribución de quitar allí y poner allá en lugar de poner aquí más y allí menos pero no hay donde hallar ni el valor ni la cordura.
 
Aún así las multinacionales se comprarían su feudo y su ejército para defender lo que han robado con sangre. La de otros, por supuesto.

Lo que nos aguarda es ver la catedral de Burgos rebautizada como la catedral de -inserte aquí nombre de multinacional-, y así con calles, plazas,  avenidas, estadios; estaciones de metro con nombre de alguna marca o producto comercial.

Alguno podría pensar que los mismos cuerpos serán alquilados como espacios publicitarios pero estaría muy lejos de la verdad. Los propios consumidores  pagarán por lucir el logotipo de aquella marca o la otra como símbolo de status, prestigio o cualquier otra mentira de la mercadotécnia y ofrecerán su trabajo para poder distinguirse con el sesgo más común.

El capital lo devorará todo hasta fundir la dignidad que tal vez un día tuvimos con el mismo olvido. No es una distopía futura, está sucediendo hoy. En ese momento estamos.