Muchos piensan que la
música ya no suena como antes, hay abundantes ejemplos. La
tecnología de las últimas décadas ha aportado al sonido una
claridad y definición antes desconocidas y muchos están del todo
satisfechos con tal evolución.
Sin embargo es
notoria la tendencia al revival del vinilo, incluso de modo más
marginal con las cintas de cassette. Entre los músicos y audiófilos
muchos buscan en las válvulas el santo grial de un sonido que ya no
es como el de antes. Esto no quiere decir necesariamente peor y puede
ser muy complicado identificar las causas siendo la producción un
proceso que involucra muchos y muy diversos factores, pero lo que
parece objetivo es que algo del calor analógico se ha perdido con el
paso a la era digital.
Es evidente la
diferencia en la distorsión que producen ambos tipos de equipo,
totalmente indeseable en el caso digital (clipping) y buscada y
deseada en el caso analógico que ha dado lugar a rasgos típicos de
estilos musicales concretos. Se habla de los famosos “armónicos
impares” de los tubos de vacío que dotaban a las melodías de una
calidez que se trata en algunos casos de recuperar probablemente sin
demasiada fortuna.
Y seguro que la
invención del transistor y sus aplicaciones en audio marcó un antes
y un después en el sonido, han corrido ríos de tinta ilustrando la
cuestión, pero hay otro pequeño componente que ha venido pasando
hasta cierto punto inadvertido y es posible que tenga mucha
responsabilidad en los cambios que el sonido que se produce ha ido
experimentando.
Estoy hablando de
los DAC, Digital-Analog Converter. Una descripción rápida para los
profanos:
El sonido viaja por el interior de nuestros cacharros en forma de señal eléctrica, una onda con su fase, sus picos y sus valles, continua, y así es como se registraba en las viejas bobinas de
cinta magnética de los estudios (el hermano mayor -y profesional-
del cassette doméstico)
Había pues en
aquellas grabaciones, con mayor o menor calidad en función de muchos
factores, un registro íntegro de la señal reproducida en la sesión.
Con las coloraciones inevitables de la circuitería, desde luego,
pero se registraba una señal íntegra.
Hoy en día todos
los aparatitos que reproducen música digital (lo que incluye el CD)
llevan uno, se encarga de transformar la información digital, esa
ristra de unos y ceros en las señal analógica que mueve los
altavoces. Y, en la mayoría de casos ya, antes que ése se ha tenido
que dar el proceso inverso, la conversión de una señal desde
analógico a digital, ya sea un instrumento o voz.
El proceso de
conversión funciona tomando muestras de la señal en espacios
realmente cortos de tiempo dando lugar a una serie de puntos
(muestras, samples), a modo de coordenadas, por donde el trazado de
la señal registrada ha transcurrido.
Éste último punto
es la verdadera razón del artículo. Ha surgido a través de la
lectura de un fenómeno que ya conocía también producto de
la tecnología actual, en este caso en la imagen. Se trata del
conocido como “soap opera effect” muy común en los nuevos
televisores. Es un efecto evidente y que algunos les puede incluso
gustar, aunque es mucho más fácil percibirlo que describirlo
consiste en que la imagen (y en especial el movimiento) cobra cierto
carácter hiperrealista que usualmente se ha atribuido a cámaras de
baja calidad utilizadas en producciones de bajo coste, de ahí el
nombre.
Este efecto es causa
directa de lo que se conoce como interpolación. Al igual que en el
caso del sonido se toman una serie de muestras en espacios muy breves
de tiempo y se reproducen seguidas creando la ilusión de
continuidad. El fenómeno tiene lugar cuando se enriquece
artificialmente esas muestras añadiendo mediante cálculos
matemáticos otras que no forman parte del registro y se intercalan
con las reales, dando lugar a esa característica sensación de algo
más real incluso que la realidad. Una imagen más afilada, más
definida y por supuesto sin ese para muchos aún agradable difuminado
que diferencia cine y televisión. El efecto tiene algo de mayor
realidad y a la vez de gran artificialidad, para mí personalmente es
en algunos casos muy molesto aunque pueda tener aplicaciones
concretas.
Pero el artículo en
realidad es sobre sonido. Volviendo a los DAC se puede apreciar un
situación muy similar. Si hemos visto que los DAC realizan para la
conversión analógico digital una toma de muestras, ¿cómo lo hacen
para producir una señal continua en el proceso inverso? Como no
podía ser de otra manera, se trata de interpolación. Y es de
suponer que cuanto menor sea la parte de la señal "sampleada" y mayor la parte de la señal deducida matemáticamente, más
notorio será el efecto que, sea cual sea la capacidad de muestreo,
audible o no, siempre va a existir.
Tal vez el efecto
“soap opera” pueda explicar las nuevas cotas de brillo y
definición en el sonido actual, desconocidas antaño, cuando la
música sonaba tal vez más cálida y más real (¡o no tanto!). Un DAC no tiene nada que ver
con la Alta Fidelidad sino con todo lo contrario y no va a haber
válvula milagrosa que resuelva eso.
No reniego en
absoluto de la tecnología de audio presente que ha logrado poner al
alcance de todos los mortales herramientas que antes por razones de
coste eran privilegio exclusivo de la gran industria, ni mucho menos.
Más bien se trata de señalar lo que algunos andan buscando perdidos
entre vinilos, cassettes y válvulas con cierta nostalgia por un
sonido que en genearl ya no ha vuelto a ser el mismo. Al margen de otros muchos
factores como guerras de volumen, autotune u otras lindezas que la
tecnología ha traído consigo.
Entre guitarristas,
cuando una guitarra no está “quintada” u “octavada” (eso es
que suena afinada pulsando la cuerda al aire pero desafina a medida
que asciende por la escala) se dice que esa guitarra “miente”.
Pues bien, tu DAC te miente. Esa es la mala noticia, la buena es que
no estás loco. Al menos no por percibir algo tan sutil que la
mayoría de gente que no se dedica al sonido (y muchos de los que se
dedican) apenas aprecia. Bienvenido a la era de la hiperrealidad,
bienvenido a la era de la mentira.
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