miércoles, 1 de marzo de 2017

De la frigidez a la eyaculación precoz: una breve historia del sexo

Al final, como en tantos otros aspectos de la vida, se trata de una cuestión de poder. Años atrás, cuando la visión hegemónica preponderante era la masculina, cuando no directamente machista, se hablaba de frigidez. La incapacidad de la mujer de alcanzar el nivel de excitación deseable para unas relaciones sexuales sanas, definido en gran medida como una enfermedad o disfunción. Probablemente sin hacer mención o tener en cuenta la carencia de estímulos necesarios para causar tal efecto, cuando no otros completamente adversos para tal fin. Los tiempos eran los del hombre y la mujer que no alcanzaba a seguirlos encontraba rápidamente lugar bajo la mencionada etiqueta: frígida.

Hoy en día nos parece, o debería, una forma de abordar la cuestión casi aberrante. Es conocido que hombres y mujeres se rigen por distintos tempos en el propio acto de la sexualidad y entendemos que las causas de una falta de excitación puede deberse a motivos más que razonables. De hecho la frigidez, bajo esa precisa definición que es el término, es un mal erradicado de los tratados que abordan la materia y de la cultura popular. Se entiende que forma parte de una concepción sesgada de la sexualidad en la mayoría de los casos más que una disfunción propiamente dicha. Parece que esa lección la tenemos bien aprendida. ¿O no?

Porque si se repara en las disfunciones sexuales de moda en el momento, se encontrará que se centran de manera casi exclusiva en la parte masculina, impotencia y eyaculación precoz, fundamentalmente. La llamada impotencia, cuando se sitúa en terrenos alejados de las causas estrictamente fisiológicas, parece dibujar una analogía perfecta con la situación anteriormente descrita: al parecer los hombres deben estar siempre listos y firmes para el combate incluso antes de que la guerra haya empezado e incluso sin que sus parejas debieran tomar parte alguna en ello, aplicando a la sexualidad un punto de vista duramente mecanicista. De lo contrario algo no funciona, algo está mal, hay una disfunción.

Parecido pasa con la llamada eyaculación precoz. Sin duda pueden hallarse casos extremos y una amplio abanico de sexualidades diversas, pero a grandes rasgos hablar del problema de la eyaculación precoz en el hombre es similar a exponer el problema de la calvicie en las ranas. Decía al principio que es una cuestión de poder y señalaba los distintos tempos en la sexualidad de cada género. La eyaculación precoz vendría a ser el caso diametralmente opuesto a la frigidez descrita en primer término. Excitación muy lenta o que no se produce frente a excitación que empieza y termina el proceso demasiado rápido. Ahora bien, ¿quién dice cuál es el tiempo correcto? Exactamente por eso es una cuestión de poder.

No es difícil darse cuenta de que en esos dos tempos marcadamente diferenciados los puntos en común se hallan en los extremos opuestos de cada uno, es decir: para encontrarse los hombres deberán tratar de alargar su tiempo y las mujeres de abreviarlo. Difícil será que una parte pueda hacer por sí sola todo el camino, por lo tanto de no ser así la cuestión queda abocada a un permanente desencuentro. A una cierta disfuncionalidad sexual. Lo que dirime el poder, según las épocas, es sobre quien recae esa responsabilidad, a quien se culpabiliza. Tal vez no tengamos la lección tan bien aprendida como creíamos y estemos repitiendo como un calco los mismos errores, sólo que con el signo opuesto.

Por supuesto esto es una generalización del más grueso calibre, siempre habrá amantes que sepan encontrar y ser encontrados, pero parece que el paradigma cultural presente se desplaza por latitudes semejantes a las hasta aquí descritas. Y es que tal vez a alguien le pueda sorprender de forma significativa lo que vengo a decir, pero la realidad es que el coito es cosa de dos. Por lo menos el que puede ser enmarcado dentro de una relaciones equilibradas, justas y saludables. Otro tipo de sexualidad sería la de usar a la pareja como accesorio para la masturbación, lo cual también puede ser divertido (y probablemente más sencillo) entendido en un marco de reciprocidad.

Tal visión del sexo llega incluso a materializarse en tratamientos farmacológicos que pretenden convertir al falo en un consolador (con anillo vibratorio incluido) y los flujos que debieran ser naturales pretenden ser sustituidos por lubricantes con aromas y sabores que nada tienen que ver con los del sexo. Al parecer los aditivos se han colado ya, a mayor gloria de la industria y el consumo, incluso bajo las sábanas. Por no hablar de la absurdidad del látex. Al final parece que la industria ha tomado el relevo al clero en establecer como debe ser la sexualidad de las personas que cuanto más acomplejadas, con mayor docilidad aceptarán dichos preceptos externos a través de la presión de grupo so pena de marginación.

De eso va el marketing y en esos términos se estudia, se enseña y se aprende: detectar las debilidades de las personas para crear necesidades ficticias que explotar comercialmente. Saberlo no es desde luego una vacuna que otorgue inmunidad pero tal vez ayude a no ser tan fácilmente influenciable. Y cuando ya no encuentran más vacíos que llenar los crean si les es posible incluso a costa del equilibrio emocional de unas personas que han dejado de serlo para convertirse en consumidores.

Bajo el escenario descrito subyace uno de lo movimientos de tierras sociológicos más importantes de los últimos tiempos y tiene que ver con el papel de la mujer en la sociedad, la búsqueda de un nuevo encaje y un nuevo equilibrio de poder. No obstante la mujer, más que reinventarse (como en consecuencia también deberá hacerlo el hombre) parece más abocada a una suerte de envidia (y dios me libre de citar la envidia del pene freudiana) por la que se limita a adquirir las conductas antes patrimonio exclusivo de los varones y que, por cierto, fueron criticadas en muchos casos hasta la saciedad. Incluso por muchos hombres con tal vez algo más de criterio del que por su época les correspondía. El error es fatal e indiscutible: las conductas de un género, guiadas por la propia naturaleza de su sexualidad (y no olvidemos que el sexo estructuró el eje principal que aglutinó a la sociedad en torno a la familia) no pueden ser en ningún caso adoptadas por una sexualidad con necesidades fundamentalmente opuestas. Por no mencionar el ridículo ético que supone el criticar unas acciones que a uno le están culturalmente vedadas para pasar a practicarlas en cuanto tiene la menor oportunidad.

Es un cambio increiblemente profundo y aún incipiente, fenómenos como "el negro del wassap" vendrían a revelarse como alguna forma de sarampión que la mayoría de los hombres, no por más sabios sino por bregados, ya tienen más que superado y la sociedad da claras muestras de ello. Todos podemos tener en mente el cliché del taller mecánico con el calendario entendido en común como hortera y de mal gusto con imágenes de señoras de enormes bustos y escasas de ropa y recato, en el mejor de los casos. Sin embargo lo que sería el caso opuesto parece aún hoy visto como otro éxito de la revolución feminista. Lo lamentable de toda la cuestión es que hayan ido a tomar en buena parte como modelo lo que siempre han denunciado y, con razón, el tiempo ha demostrado que estaban en lo cierto. Por lo menos entonces, cuando lo denunciaban en lugar de practicarlo, ¿sólo porque no tenían esa opción? Lamentablemente la libertad también sirve para equivocarse pero yo me niego a asumir que esa sea su función. Se trata más bien, y en este caso sí, de una seria disfunción.

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