viernes, 21 de febrero de 2025

La cabeza del pterodáctilo y la cruz de la vida (Una mirada profana al antiguo Egipto)

Si uno estudia la historia del arte, de las diversas culturas, es difícil no sorprenderse con lo hallado en Egipto. Más que nada porque, al margen de lo interesante del estilo, se puede afirmar que dibujaban bastante mal. Como niños de 8, 10, 12 años, tal vez. Y estuvieron dibujando así durante muchos siglos.

Desde cierto punto de vista, hay más destreza en los pocos trazos monocromos de las pinturas rupestres.

A pesar de ello hallamos generosos policromados y trabajos sobre la piedra. Las esculturas sí suelen presentar un estilo mucho más maduro aún con sus líneas muy estilizadas, pero los bajorrelieves sorprenden por algunas posiciones antinaturales, figuras siempre en idéntica posición o muy parecida. Hasta el punto de que, dadas las limitaciones para los rasgos del retrato, es posible que los dioses antropomórficos o zoomórficos, según se mire, (nunca he sabido si se dice trasplante de cuerpo o trasplante de cabeza) respondan al simple hecho de poder diferenciarlos a simple vista de otras figuras que, de no tener asociada la cabeza de un animal en concreto, serían imposibles de diferenciar.

Hablamos por lo tanto de un lenguaje iconográfico, no sólo en los jeroglíficos, si no también el las representaciones que los acompañan. Y tiene sentido en un modelo de sociedad en que la decoración es un trabajo más bien de infantes, seguramente bajo algún tipo de coordinación y los adultos desarrollarían otras tareas.

Hasta el punto de que se advierten a veces siluetas que parecieran tener dos manos izquierdas, problemas de escala y cuestiones similares, aún estando finamente acabadas. Tiene que ver con el excedente que genera cada sociedad, al final la calidad va en relación con los medios y el tiempo invertidos. También a veces es una cuestión de estilo, la inclinación por la representación mimética no tiene que ser unívoca.

Curiosamente al otro lado del atlántico encontramos un estilo con algunas similitudes, como la vocación iconográfica antes que mimética, pero más alambicado aún y con líneas más cuadradas, aunque redondeadas en sus vértices, que la fluidez egipcia.

Y también en Asia encontramos el mismo patrón de templos de piedra ornamentados pero a la vez con su propio estilo, el mismo concepto con diferentes variables.

En cualquier caso, ni tan mal para una gente que parece que no usaba por lo general calzado.

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Repasando la iconografía del antiguo Egipto, se puede decir que hay tres elementos clave que se repiten y deberían servirnos para interpretar algunos rasgos de su estructura social.

Que a uno, por ejemplo, lo entierren con su espada o su escudo, ataviado como guerrero, algo nos debería decir de esa trayectoria vital y por lo tanto del contexto en el que se desenvuelve.

En el caso que nos ocupa no encontramos ese tipo de utensilios sino un látigo corto de varias colas y un bastón con forma de interrogante.

Aparece esta misma postura con ambos elementos en sendas manos repetida hasta la saciedad.

 


 

En muchos casos los utensilios representados pueden tener un valor más ceremonial y tradicional que funcional y práctico, pero sí indica que, por lo menos en algún momento, tuvieron ese mencionado valor funcional que termina por engarzarlo en la tradición.

Esclavitud como tal ha habido en nuestras culturas hasta fechas muy recientes y venido a ser sustituida por un lado por la clases trabajadoras y por otro lado por las fuentes de energía. Se podría aseverar que el desarrollo de tales fuentes de energía es un resultado, a través del conocido en economía como “efeto Ricardo”, de la gradual abolición de la ancestral tradición de la esclavitud, cuyo espíritu sigue sin duda muy presente en nuestros días.


El papel del látigo (flagelo), , por lo tanto, no es difícil de interpretar. Sí sorprende su escasa longitud, lo cual señala un uso en el que no existe resistencia. Sobre el bastón, que desconozco como ha sido bautizado por la egiptología (“cayado del pastor”, por lo que veo) no es necesario esperar un uso demasiado sofisticado, tal vez para allí donde no alcanza el látigo, pero se sigue antojando corto en cualquier caso, aunque revisando la iconografía egipcia, rápido se advierte que no hay ambages a la hora de sacrificar las relaciones de tamaño.



Observado las representaciones de las distintas “divinidades” hay otros dos elementos que no suelen faltar: el famoso ankh o “cruz de la vida”, creo que le llaman algunos y un bastón mucho más largo que el ya mencionado un tanto particular:



Está representado en infinidad de ocasiones, y reproducido desde el ojo contemporáneo que seguramente no concluye correctamente de qué se trata. El consenso apunta a la cabeza de un animal, como aún hoy puede ser frecuente en la decoración de algunos bastones, quizás un poco tétricos.

A mí, que me sigo esforzando por saber que no sé nada, tras ver numerosas representaciones, lo que se me antoja ver es una cabeza de pterodáctilo. El problema es que luego uno coge los manuales, los ejes cronológicos de las diversas disciplinas y sólo puede concluir con un “no puede ser”. No puede ser aunque sea lo que más parezca. Y entonces nacen la explicaciones de compromiso: un antílope, un chacal, vaya usted a saber.

Porque si aceptamos esa primera impresión tenemos un problema grave. Tan grave como los 65 millones de años establecidos para la extinción de los últimos dinosaurios.


Y, viendo la conocida como “paleta de Narmer”, tal vez sea un problema que no podamos seguir eludiendo. Que las dataciones nos estén dando una imagen tan distorsionadas de lo que pudo ser la realidad es una tremenda locura. Pero hay una explicación más disparatada todavía.

Volviendo al bastón, la mitad inferior termina en dos puntas. ¿Por qué o para qué? Bueno, al parecer nadie lo sabe.


¿O deberíamos decir “nadie lo recuerda”?

La verdad es que no tiene mucho sentido, si esa gente hubiera estado rodeada de dinosaurios todo el día los encontraríamos representados en los jeroglíficos, como las aves. En cambio sólo hallamos detalles puntuales, lo cual hace pensar que no existía un contacto habitual, aunque bien nos vendrían algunos diplodocus para ayudar con las pirámides.

Lo cierto es que la evidencia aparece de forma muy localizada, alguna que otra hay. Pero desde luego no es obvio, más bien es un toque “exótico”, pero presente.

Así que tenemos representaciones de animales que a juicio del conocimiento científico actual estaban extinguidos de este mundo hace millones de años. De este mundo. Así que sólo quedan dos opciones, aceptando la premisa: o tan extinguidos no estaban o llegaron de alguna otra parte. A cual peor, ¿no?

Pero aún podemos rizar un poco más el rizo. Lo cierto es que las dos afiladas puntas de la portada del disco, no representan en realidad lo que se recoge en la iconografía real. Aunque sin duda parece que esa pudiera ser su función pinchar. Y aquí es donde viene el triple mortal con tirabuzón: si ya no se fiaba de ver usted ahí un pterodáctilo, como va a ver en esos dos extremos un ánodo y un cátodo.

Sí, encontraron una pila en Bagdad, ¿pero esto? Qúe utilidad tendría, teniendo ya una látigo y un bastón, una porra eléctrica, un “taser”. Pues la misma.

Lo que hay que entender es que no se propone el uso de tales utensilios por parte de “la población de antiguo Egipto” en general, como en una cárcel son sólo los guardias los que tienen las armas. Y sin duda distan mucho de ser dioses. En una cárcel o en un campo de trabajo, a saber.

¿Qué clase de trabajos? Pues muy diversos, seguramente. Tal vez si entendiéramos lo que el Ankh es, lo veríamos de forma más clara. Pero antes de pasar a eso, un tirabuzón más: ¿por qué un pterodáctilo? Tal vez fuera más apropiada la cabeza de una angula, ¿no? A no ser que los pterodáctilos también… en fin, dejémoslo aquí por el momento como mera anotación.

 

Volvamos al ankh, tal vez el símbolo más reproducido y recordado de esa cultura, seguramente incluso por encima del ojo de horus, que por cierto, nadie parece advertir que llora.

De esa “cruz de la vida” sorprende verla representada acercándola a la boca de otros. Y recordemos que hemos planteado el lenguaje de la cultura de estudio como iconográfico, no cabe esperar por lo tanto una representación mimética de sus funciones. Y sorprende hallar dos tipos, siendo el primero el que todos conocemos y el segundo una suerte de variación algo más elaborada:


Hay varios detalles interesantes en el conjunto de tres imágenes de arriba.

El denominador común es que se acera a la boca y nariz de alguien. Y no aparecen por ninguna parte las pompas de jabón, así que cabe pensar la función es otra.

¿La de inhalar algún perfume? ¿Quizás alguna hormona? ¿Quizás oxitocina? Demasiado suponer, sigamos “leyendo” lo que se nos muestra. Junto al ankh es muy habitual ver ese triángulo con otro triángulo dentro. Un triángulo con otro triángulo dentro, metido dentro de otro, ¿qué podría querer decir?

Y debajo del ank y el triángulo una… ¿babosa? Yo creo que desde aquí ya se pueden ir atando cabos, pero sigamos con la imagen del centro. Lo mismo hubiera costado pintar en agujero del ankh del color del fondo. Si es que lo que se quería representar era un vano agujero. En cambio ha quedado pintado de blanco, el mismo color que se usa para las telas que visten. Una ceñida, a la derecha...y la otra, bueno, no tanto. Qué extraño pliegue en el pantalón, casi parece una tienda de campaña.

Pero bueno, pasemos a la tercera imagen, esta vez es una mujer la que ofrece un ankh algo distinto.

Y por qué es distinto, ¿que hay de diferente en que lo ofrezca una mujer o un hombre? ¿No me estará hablando usted de ESA diferencia? Y hablando de diferencias, no las tengo todas conmigo en que ambas imágenes de abajo no sean más que representaciones y no el objeto real.



A ver si es que al final estamos aquí porque a algún “dios” se le rompió el ankh. Después de todo no han cambiado tanto las cosas, ¿no? Pues al final sí que era “la cruz de la vida”. Y qué cruz de vida, oiga. Otro día seguimos con el pilar del centro, dejar algo para después es parte de esa “chispa” de la vida.

 


 

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