martes, 13 de agosto de 2019

La democracia real

Hoy en el mundo se puede afirmar, en términos generales, que vivimos en democracia, sólo que no del tipo que se suele pensar y figura en los libros. Sucede que no se vota como pudiera parecer cada cuatro años, o los que corresponda con una papeleta o un sistema electrónico. Se vota cada día, a cada momento, y la papeleta es de papel moneda o plástico, en su versión electrónica.

Así funciona la democracia capitalista, el dinero por una vía u otra acaba por imponer su voluntad y la política y el estado en lugar de poner coto a su influencia se revela finalmente como instrumento último de ella.

Lo que parecería en principio buena noticia no es tan buena al advertir que algunos tienen más papeletas que otros.
Pero incluso como consumidores, los trabajadores, que conforman el más amplio de los estratos sociales, disponen de cierto poder más allá que la opinión pública.

Lo que pasa es que la narrativa que explica el mundo en general y la economía en particular de forma dominante es la que las élites económicas han elaborado y la que por lo general la única que se expone desde las tarimas de las universidades. Eso convierte a los trabajadores en aspirantes y anula por completo la lucha de clases. Más aún, la ilusión de vivir en un sistema justo que retribuye el esfuerzo apuntala su relato y por lo tanto la conducta social observada.

Lo innumerables ejemplos que demuestran lo contrario no tienen apenas voz, ni voz ni voto, ni visibilidad en los medios de comunicación propiedad del poder económico.
De hecho todos formamos parte de ese poder económico, desde la mayor multinacional que uno pueda imaginar hasta el habitante más pobre de este planeta cohabitan en el mismo mercado global. Y ni siquiera con las mismas reglas del juego. De ahí las atroces diferencias económicas y su aumento, incluso más aún, en tiempos de crisis económica.

Sucede que los diferentes agentes del mercado formamos parte de ese poder en medidas abismalmente distintas, tanto que termina en lo negligible tomando a individuos particulares. Sin embargo el hecho de que una persona de clase media, con una vida hasta cierto punto acomodada pero trabajadora al fin y al cabo, adopte la misma conducta que la de las élites extractivas, e incluso trabajadores en situación de precariedad compartan su relato, hace inviable cualquier cambio significativo.

Y lo cierto es que es cada vez más urgente, la propias élites parecen estar obteniendo más beneficios a medida que la destrucción del sistema económico que les ha encumbrado se acelera, sólo eso explica su negligente actuación a la hora de administrar el sistema que les mantiene en su lugar. Aún con todo no lo justifica.


Y es que, si la democracia del dinero cae, podrá correrse el riesgo de volver a la dictadura de la fuerza, en algunos casos mucho más democrática dada la importancia del número de individuos en esas cuestiones.
O quizás sea hora de avanzar y convertir esta democracia en la que se vota con billetes en algo más parecido a la apariencia que se tiene generalmente de la misma.

Y es el relato lo que nos separa de ello, de ahí se deriva la conducta de las clases trabajadoras.
Por eso el poder económico ha sabido desarticular cualquier estructura moral de la sociedad y en nada tiene que ver la derecha tradicional, que aún desfasados conservaba algunos valores éticos, con la derecha liberal de nuestros días.

Ellos son los que promueven el nihilismo y hedonismo de la sociedad actual por pura conveniencia, igual que la promiscuidad y otras cuestiones mientras de puertas para adentro mantienen intactas sus estructuras familiares.
Desvinculado el individuo de una red de apoyo, sólo le queda el estado, controlado por ellos. No hay por lo tanto ya opción de resistencia ninguna ante los abusos laborales y otra injusticias.

Y el relato lo ganaron siguiendo los principios de la propaganda de Goebbles, porque dirán todos que los nazis eran más malos que el propio demonio, y tal vez lo fueran, y que estaban del todo equivocados en todo, y quizás lo estuvieran. Pero esos principios funcionan. Al menos a corto plazo. Y corto en este contexto puede ser más décadas de lo que abarca la vida de un hombre. Vivir y morir engañado sin descubrir jamás el velo. Viendo sombras, desde la caverna. En democracia, sí. La democracia del dinero, esa es la democracia real.




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