Podría haber surgido de muchos
modos, claro. Pero al final, de una manera u otra, la creación de
crédito iba a tocar a su fin. Hubiera dado contra un límite al final. Si se
hubiera detenido en la línea de seguridad del scoring y el control de
riesgos, hubiera sido similar, pero fue aún más allá.
Ahora
nos adentramos en el interesante mundo del los tipos de interés
negativos. Los bancos se rasgan las vestiduras, por supuesto. Prefieren
cobrar por crear dinero para sí mismos, mucho más que pagar por hacerlo.
No es ninguna sorpresa. La avaricia nunca lo es.
Bien,
no va a funcionar. No hay solvencia para ello. Y eludir los controles
de riesgo nuevamente sólo va a abocar a nuevos aumentos de la morosidad.
El capital no halla rendimiento y empieza a recibir intereses
negativos. Todo lo que sube ha de volver a bajar. Sobre todo, si ha de
volver a subir.
Así es el capitalismo, el dinero fluye
hacia arriba, se acumula por diversas vías en un efecto gravitatorio.
Los grandes capitales pugnan por rendimientos cada vez más escasos.
Siguen buscando sustraer más trabajo de la economía real. Llega un
punto en que destruyen empleo en una espiral deflacionista de demanda
decreciente. Si los tipos de interés bajan de cero, ¿qué incentivo va a
encontrar el inversor? Ni siquiera atenuar la erosión de una inflación débil.
El
incentivo del flujo de crédito desaparece en el punto en que el interés
negativo se
iguala a la inflación, generada ahora por las impresoras de los bancos
centrales. No hace falta entrar en los pormenores de esas facilidades
cuantitativas, el dinero no llega a los insolventes, no ofrecen
garantías de solvencia por definición, y así seguirán. Con un consumo en
retroceso tampoco hay expectativa de rendimiento para la inversión. No
va a haber creación de empleo sin pérdidas, en el marco global.
Dice
el dicho que para que no te muerda el perro no has de correr más que el
perro, has de correr más que alguno de los que te acompañan.
Esa
es la carrera en la que estamos todos y el perro se llama Default. Y nos
irá cogiendo uno a uno mientras pugnamos por no ser el siguiente en
caer. Personas, empresas, países.
Nos
hemos alienado de la naturaleza de la realidad. El árbol nunca hubiera
aceptado ese trato de "dame hoy la manzana, que ya subiré a coger dos
mañana". Al final toda la pelea por el dinero, todos los engaños y todas
las disputas resposan sobre una simple cuestión: no nos gusta trabajar. O tal vez de otro modo: queremos mucho más de lo que nuestro trabajo nos
procura.
El día que las personas aprendan a vivir de
los frutos de su trabajo y no del de los demás, habremos solucionado
muchos problemas, no sólo en economía. Desde donde estamos hoy, el
futuro nos queda a la espalda. Por este camino de huída hacia delante, no hay nada.
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