El invento está muy bien, sobre todo para el dueño del banco, pero tiene algunos defectos.
Si a un banco no le pagan la deuda es una faena, el pobre banco se queda sin el dinero que ha creado de la nada.
Y no lo crean para los demás, sólo faltaría, no son una ONG. Bueno, estrictamente sí lo son, pero ése es otro asunto.
Si
a un banco no le devuelven la deuda pierde todo el sudor invertido en
teclear las cifras de un apunte bancario o en la impresión de los
formularios y demás esfuerzos de su sacrificada tarea. Costes
operativos.
Además, tiene una reserva retenida a razón
del dinero que ha creado y eso, en algunas mentes, computa como pérdida.
El tener una capital que no obtiene rendimiento, que no crece. Coste de
oportunidad lo llaman.
Esas mismas mentes entendieron
que el invento era muy mejorable. ¿Por qué esperar a que se devuelva el
crédito para disfrutar de ese jugoso dinero de nueva creación? ¿Cómo se
podría materializar en líquido esa promesa de pago futura de los
deudores?
Pues muy sencillo, mediante un vehículo de
inversión. Se coge la deuda, se empaqueta, se envuelve para regalo y se
le pone un lazo bien hermoso. Uno que ponga por ejemplo: Collateralized
Debt Obligation.
CDO para los amigos.
Y uno se va
con ese paquete tan bonito debajo del brazo al mercado, que con lo poco
que le cuesta ganar el dinero a alguna gente (los bancos, que lo crean
de la nada) seguro que alguien lo comprará.
Cada vez
que se vendía un paquetito el sueño de la liquidez se hacía real. El
dinero que antes se creaba en afanosos plazos ahora, en cuanto era
creado, volvía a su creador en forma líquida mediante instrumentos como
los CDO.
Hipotecas empaquetadas juntas. Es una apuesta
segura, la gente antes que nada paga sus hipotecas. En el peor de los
casos no iban a dejar de pagar todos a la vez. Algunos de los pormenores
quedan expuestos en el el film La gran apuesta (The big short).
Resumiendo,
los bancos se envenenaron entre ellos en una carrera de avaricia. Uno
de los mantras neoliberales, el gran peligro de dejar la creación de
dinero en manos del estado opresor, que terminó por llevar la creación
de dinero a manos privadas y alejar la impresora de los gobiernos manirrotos, caía por su propio peso.
Todo
ello espoleado por las políticas de bonus, incentivos y comisiones. Sin
embargo las incompetentes agencias de rating seguían bendiciendo mierda
con su triple A.
Lo curioso es que todos los bancos
habían comprado y vendido en gran medida esas deudas, tal vez confiando
que la solvencia de sus préstamos era aún peor de los que adquirían. Al
fin y al cabo en alguna parte tenían que poner el dinero que creaban.
Para ellos tenerlo simplemente en una cuenta dejando que lo erosione la
inflación es un coste de oportunidad inaceptable. Aunque, a la postre,
les hubiera ido mejor.
Cuando uno concede un préstamo y
se desvincula del riesgo de impago, la calidad del préstamo no le
afecta en absoluto. Y al parecer, en el mercado, importa poco lo que
haya dentro del envoltorio si el lazo es bien vistoso.
Como
era inevitable, algunos préstamos no se iban a amortizar. No fue
ninguna maldición sobrevenida ni caída del cielo. Se sabía desde el
mismo momento de la concesión del préstamo, que en muchos casos había
requerido de artificios como falsear nóminas y otras lindezas. Adiós
al control de riesgos, total, en cuanto se venda en el mercado el riesgo
será de otro. Ése y no otro fue el detonante.
Cuando
los impagos van subiendo saltan las alarmas y se inicia la reacción en
cadena. Activos tóxicos, decían los periódicos. Los bancos no se fían
los unos de los otros. Ni siquiera sabían lo que tenían en sus balances.
Al final, lo que cuesta poco de ganar, cuesta poco de gastar.
Sucede
además que, dado que todo préstamo se introduce con un interés, para
que sea posible cubrir ese interés se requiere una dinámica constante de
creación de nuevo dinero. Lo que viene siendo crecimiento.
En el
momento en que, por un motivo u otro, cesa o disminuye la creación de
crédito, no existe en el sistema dinero suficiente para saldar principal
e intereses del monto total de deudas. Y entonces es cuando se para la
música, como decía Jeremy Irons en Margin call, y empieza el juego de las
sillas.
El resultado inevitable es que la morosidad crece. Al crecer, retroalimenta el círculo vicioso de impagos.
Y
entonces es cuando los bancos centrales se ponen a imprimir papel como
si no hubiera mañana, unos antes, otros después. Para cubrir las
supuestas pérdias de unos bancos que en realidad no son tal.
Bueno,
al final sí lo fueron ya que algo habían pagado por aquellas hipotecas
basura triple A que otros concedían. Pero viendo de donde procede el
dinero de su negocio, con el que las compraron, hablar de pérdidas
carece de sentido. Todo lo hace y deshace la magia de la contabilidad.
Esa es la estafa en la que hemos nacido todos los que hoy caminamos por esta economía global y con los años sólo ha ido a peor.
Se
sabe desde hace mucho que el capitalismo conduce a la perpetuación del
capital y su incremento, lo negaron, según ellos lo refutaron y
siguieron con su estafa.
Se sabe del mismo modo que los
rendimientos del capital, una vez alcanzado su máximo, van a trazar una
curva decreciente. Lo siguen negando porque admitirlo sería admitir su
propia estafa.
En vez de eso, lo llamaron crisis. Dentro
de no mucho se va a cumplir una década de una recesión que parece que no
tenga fin. No lo tiene. Es la culminación de un sistema económico. No
se trata de ningún error o mal funcionamiento. El sistema estaba
diseñado sencillamente para esto.
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