martes, 27 de noviembre de 2018

Sobre la democracia

La democracia es hoy en día uno de esos valores incuestionables ante la opinión pública. De hecho, en el plano teórico, vendrían a ser la misma cosa.

Todos sabemos que la ejecución práctica dista mucho de los planteamientos teóricos, pero no es en ese sentido donde se dirige esta reflexión. La democracia aquí es ese valor ideal y prístino, utópico dirían algunos, que se concibió en la Grecia clásica. Esa idea.

El gobierno del pueblo, etimológicamente, literalmente. Resulta bastante irónico que un "mero humorista" como fuera el Perich pueda poner en jaque a las más preclaras mentes de entre los clásicos.

El Perich, que por cierto no era un gran dibujante (tenía otros atributos que compensaban con creces la deficiente calidad de su dibujo), escribió en una viñeta, poniendo en boca de su alter ego zoomorfo la siguiente afirmación, aproximadamente:

Ante una cuestión, si nueve están equivocados y yo tengo razón, tenemos un problema. O le pueden dar por culo a la democracia, algo así.

Empecemos. ¿Qué es la democracia realmente, de dónde proviene y qué representa? Bien, es probable que alguien haya oído esa propuesta entre pueril y cándida, a buen seguro hippiesca, de resolver los conflictos bélicos ya sea con un partido de fútbol, una partida de ping-pong, o similares.

La democracia es de algún modo esa partida de ping-pong. Esa metáfora del conflicto que en realidad tiene más de conflicto que de metáfora, como ya se señalara con buen criterio al fin y al cabo la política es la continuación de la guerra por otros medios.

El gobierno del pueblo es también el gobierno de la mayoría. De los más, la preponderancia del número, algo que recuerda mucho y no por casualidad a un factor muy relevante en una conflagración bélica, al margen de grandes abismos tecnológicos entre los bandos o clamorosos fracasos estratégicos. En una palabra, es una analogía de la guerra.

Más civilizada, por supuesto pero guerra al fin y al cabo, como la que tiene lugar entre clases y naciones a través de la economía.
Lo que podríamos entender como su alternativa tradicional, se podría definir de aristocracia, o sea, gobierno de los mejores.

Sucede sin embargo que los mejores no eran siquiera buenos. Sin el control de los más el sistema colapsa por sus cimientos podridos de corrupción. En realidad las democracias que conocemos se enmarcan más en esta descripción que en la de democracia teórica ideal.

Por otro lado, ser mayoría está muy lejos de estar en lo cierto. Algunos asumen tal circunstancia como un mal menor inevitable. De hecho, el próximo caballo de troya neoliberal se introduce en los estados a través de llamada tecnocracia y es que, si es malo asumir el error de la mayoría, tanto peor es asumir el error de una minoría, las disciplinas que guían tales políticas están tan lejos de la honestidad como la realidad de los diagnósticos que establecen sus análisis.

Pero eso es sólo el relato. A nadie se le escapa que los hilarantes marcianos que Tim Burton retrató en Mars Attacks! son un caricaturesco reflejo de la propia humanidad. Venimos en son de paz, exclaman mientras te desintengran con sus estrambóticas armas. Esa es la hipocresía signo de nuestros tiempos.

La solución última, naturalmente, no depende de ser compartida por mayor o menor número de personas o por representar los intereses de unos o de otros. Y conviene a todos aunque algunos piensen que obtienen más provecho de la patológica situación económico-política actual.

No hemos salido del feudalismo. Los principios que rigen son en el fondo idénticos, al margen de una más gruesa pátina de tecnología y humanismo. El fin de la democracia, como ya vaticinó Marx, es la dictadura del proletariado. Pero no por el gobierno del número, todo lo contrario: por el gobierno de la razón.

Pero en estos días los señores feudales se contentan con la carne, en la cama y en la mesa, y con jornadas de caza y divertimentos. Hace un milenio, qué no hubiera dado un señor feudal por, por ejemplo, un cirujano moderno.

Y aquí cabe señalar que es la acumulación de capital, en términos cristianos la avaricia (y los otros seis), la que impide el desarrollo apropiado de la ciencia, el arte, el conocimiento y el bienestar.

El señor feudal con tantas tierras, tanto ganado y tantos siervos moría de peritonitis en su cama entre enormes dolores. Su bendición era su condena, la ignorancia. Condena porque le arrebataba su más preciado bien, su vida, y bendición porque ni siquiera conocía que la dolencia que le llevaba a la tumba unos pocos siglos después quedaría relegada casi al terreno de lo anecdótico.

Ningún banquero, miembro de consejo de administración o CEO de multinacional parece consciente, a tenor de sus posiciones políticas, de una verdad tan simple y evidente. O tal vez sean, en cierto modo, víctimas de su propia incontinencia, si no de su ignorancia. Desconocen que desconocen lo que desconocen.

Se pueden alegar enormes progresos desde la edad media. Los hay sin duda. Si la humanidad fuera un edificio, se habría restaurado la fachada.
Pero los pilares, muros de carga, cimientos, equilibrios de fuerzas y tensiones son como ya se ha dicho idénticos.

Llegará el tiempo en que nuestra época sea objeto de estudio de algo parecido a la Historia y tal vez nos sorprendería vernos incluidos dentro de la misma etapa que esas toscas gentes del medievo.

Y a la democracia, como una extensión del interminable conflicto bélico que es hasta hoy en día la historia. La electricidad a duras penas ha iluminado en algo esta era aún de oscuridad.

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