Qué locura pensar que estamos gobernados por extraterrestres. Es mucho más cabal pensar que estamos solos en el universo. Entre las infinitas estrellas.
Porque al final que una sociedad, que no será tan secreta, como la masonería, plante un obelisco ante cada centro de poder del mundo, cada órgano de gobierno, puede resultar hasta lógico.
Más oscuro si cabe es tratar de dilucidar los intereses que al final mueven los hilos de toda la estructura. Y si esos son los intereses de la humanidad, los intereses humanos.
Lo cierto es que el oro no está entre ellos, sin embargo es la moneda de cambio desde tiempos inmemoriales. Que los obeliscos tengan una relación directa con el antiguo Egipto tampoco debería dar que pensar a nadie.
Ni que no seamos capaces de explicar nuestros orígenes más que a través de mitos y leyendas o de una evolución que narra el relato de una victoria constante. Ojalá.
Pero por estas tierras saben desde hace mucho que hay cosas demasiado buenas para ser verdad.
A estas alturas las evidencias que desmontan el relato, que más que legársenos se nos ha inculcado, son incontestables. Fragmentarias e inconexas, sí, pero se van cerrando como un puño.
Desde el mercurio en las pirámides de México hasta el muro preinca en la Isla de Pascua. Pasando por supuesto por los mapas que los templarios debieron obtener del templo de Salomón con la ruta hacia el nuevo mundo bajo el estandarte de la cruz templaria de las carabelas.
Ni secreto, ni discreto. Sin embargo no todo es tan evidente. Pero está bien igual, hablemos un poco de chismorreos. Porque, la verdad es que un platillo volante vaya a estrellarse en un lugar llamado Socorro, no deja de obligar a arquear una ceja hasta al más pintado.
Más que nada porque no deja en muy buen lugar a los pilotos. A mí me pasa con el móvil que voy a escribir algo en el buscador y lo estoy escribiendo en el correo. Y claro, la imaginación no puede dejar de figurarse a un ser atribulado rodeado de luces y sirenas que no entiende y que teclea en algún lugar “socorro”, y al parecer de mala manera en Socorro aterrizó. Que a nadie le quepa duda que la culpa fue del informático.
Lo suficiente tragicómico como para tener visos de ser cierto. La vida es ese tipo de desastre.
Pero aún da para arquear la otra ceja, porque no deja de ser casualidad que en las inmediaciones se hallen los parajes que vieron el primer ensayo nuclear de la civilización presente.
Y aún hay más, lo que se cuenta es que luego cayeron otros dos por la zona, a ritmo de uno por mes.
Y ya uno empieza a acordarse de esa grúa que colapsa intentando levantar una grúa que ha colapsado intentado levantar algo.
No sé, me había parecido muy brillante la idea de que al no haber humedad en el desierto, pues igual… Lo cierto es que es muy razonable no saber qué pensar.
Y no pensar, también lo es. No pensar en nada más que lo que dé dinero, lo que cubra las necesidades más inmediatas. Porque caminar es más importante que saber hacia donde caminas.
Ya te dirán a donde tienes que caminar. O mejor, ni siquiera necesitas saberlo. ¿Para qué quieres saber eso?
Ya sea porque Enki sembró en el ser humano la semilla del descontento o porque este sistema resulta extractivo hasta el abuso, o ambas, pero no parece que muchas personas se sientan a gusto con su papel. No saben bien cómo, ni saben por qué, pero saben que algo no va bien. Y en eso se pasa la vida.
Al final aprenderán cómo, y aprenderán por qué. Y que, desde lo alto, la mano que mueve los hilos de la estructura, no parece responder a los intereses humanos.
Antes, si acaso, a confundirlos y enfrentarlos. A susurrarles, en el oído, desde las sombras y a predisponerles uno contra el otro. Donde la economía es un mero desfalco. Donde sólo se enseña obediencia. Donde la verdad está proscrita y la mentira se viste de ciencia.
Es un mundo de la técnica antes que la idea, de los objetivos antes que los principios, del orden natural invertido. De niños que mueren en las escuelas sin hallar respuesta a ninguna a las mil preguntas que les rondan por la cabeza y de ancianos que no han vivido más que la ignorancia.
Un mundo de tabúes. De secretos y mentiras. A la imagen y semejanza de los que nos dominan.
Porque es en la sombra donde se urden los planes, al cobijo de las debilidades. Sun Tzu nos legó una advertencia: el primer arma es la mentira.
Aún así es imposible borrar las huellas. Entre las piedras, los planetas o las estrellas.
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