lunes, 2 de septiembre de 2019

El comunismo distópico

De entre todas las imágenes que cine y literatura han tatuado en el imaginario colectivo acerca de diversas distopías de inspiración más o menos comunista hay una que causa en nuestra cultura tal vez una repulsión más visceral que el resto: la de un hijo denunciando ante el estado todopoderoso y controlador a sus propios padres.

Es una imagen que toca un lugar muy sensible y causa una reacción de rechazo inmediato y, como decía, más visceral que racional. La cuestión es interesante para reflexionar.

Porque si la denuncia fuera a un tercero, no de la familia (por lo tanto de otra familia) la reacción no sería de tanto disgusto. Se podrá estar de acuerdo o no con el hecho denunciado o la denuncia pero cuando proviene de un familiar, y este caso de forma gravosa, de un hijo, se produce una repulsión inmediata.

De ahí se deduce que nuestra cultura exige una conducta diferente con los miembros de nuestra familia y con los de otra también en ese ámbito, lo que a la postre es una doble vara de medir nítida y clara.

Y es en ese doble rasero donde se halla la raíz de la corrupción. Un mismo hecho nos puede parecer deleznable cuando lo realiza un tercero, aceptable aunque poco ético (o estético) si lo realiza un familiar y qué decir si lo realiza uno mismo, estando entonces plenamente justificado. Un mismo hecho.

Sin duda es una cuestión de información. No hablan en defensa del tercero las excusas, pertinentes o no, con las que justificamos nuestra conducta.

El mensaje es claro y meridiano: no seas ecuánime, la familia primero, la tribu primero, tu país primero, tus interes sobre los del resto, egoísmo, supervivencia, el resultado de la escasez no sólo de recursos externos sino internos. El defender a los amigos incluso cuando no tienen razón, porque son amigos.

Tan incrustado está en la cultura tal patrón de comportamiento que la imagen sigue aún resultando horrible, de película de terror en el orden del más retorcido thriller psicológico.

Cuando se piensa en como la corrupción puede estar tan extendida se entiende que requiere de cómplices necesarios, aunque sea sólo con su laxitud. La explicación de esa situación se halla en las líneas previas.
Tal vez resulte que la película de miedo no sea la de ese comunismo distópico indeterminado al que se refieren sino la realidad misma que habitamos.

Un lugar donde se juzga de un modo distinto a los cercanos y a los distantes, una ley para los míos y otra para el resto. En esos resquicios es donde la corrupción halla asidero. Lo que me importa es mi familia, la gente que me importa y lo demás... Tal infeliz idea ya está inventada desde hace tiempo y cabe traer a colación el hecho de que la solución al problema de un individuo, cuando se convierte en la raíz del problema colectivo, no es solución ninguna sino el problema en sí mismo.

Al parecer vivimos en una situación tan distópica que las situaciones racionalmente cabales nos parecen precisamente distópicas. Un lugar donde la injusticia está tan arraigada que la mera idea de justicia causa aversión sin límites. Se inocula consciente o inconscientemente a través del entretenimiento. Pero lo peor es que no nos damos cuenta. Siempre ha sido así. Pero tal vez no sea así por siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario