jueves, 23 de mayo de 2024

El problema de la escala

Está en todas partes, al menos para aquellos que hallen ocasión de levantar las vista de sus narices.

De hecho está en la misma raíz del, se diría, último problema por resolver de la física, la llamada teoría del todo. Sin pretender caer en el mismo error de Lord Kelvin cuando ya en su día daba prácticamente la física por una disciplina cerrada de la que todo se conocía salvo un par de flecos. Y apenas acabábamos de empezar.

A fecha de hoy, la incompatibilidad de de la relatividad y la cuántica, entre lo muy grande y lo muy pequeño, se presenta de algún modo como última frontera, y al final es una de las muchas formas del problema de la escala.

Y es un problema de una magnitud abrumadora, tal que es físicamente inasequible a nuestros sentidos el simple hecho de hacer una representación a escala real del sistema solar.

Si lo hacemos en una escala que pueda abarcar nuestro ángulo de visión, lo planetas desaparecen por lo diminuto.

Similar ocurre en sentido inverso, con la estructura del átomo, así que no sólo es que el problema nos vaya grande, es que requiere de una precisión que se escapa a nuestros sentidos y magnitudes cotidianas.

La ciencia de hoy se halla en un lugar tan sofisticado que sólo se puede accederse a él mediante el pensamiento abstracto, tan lejos de la experiencia física. Pero qué duda cabe que está ahí, ya sea el agujero negro o el bosón de Higgs, o por lo menos algo parecido al modelo que se trata de articular.

Y lo cierto es que no estamos en nuestro elemento, fuera de nuestras nociones cotidianas, las cifras astronómicas o nanométricas, ya sea con elevados exponentes en positivo o negativo, se escapan a lo asimilable. Ése es en realidad el problema de la escala.

Y nos distorsiona la mirada frente a muchos problemas abiertos, o tal vez más justo sería decir que nuestros sentidos nos muestras una evidencia indirecta del mundo, una imagen distorsionada.

Es curioso porque, lo único que existe es un presente, que es justo lo único que no podemos ver.

Cuando nos miramos en un espejo vemos un pasado muy inmediato, a tenor del tiempo que la onda fotónica tarda en cubrir esa breve distancia.

Y podemos aumentar la distancia y nuestros sentidos aún nos servirán bien, aunque rara vez reparemos en que la imagen los picos de esa montaña lejana no corresponden exactamente al mismo momento que al de un rostro que podemos observar a nuestro lado. Pero a esa escale, funciona. Es negligible, como se suele decir en cierto ámbitos.

Pero sólo en ese contexto, en ese orden de magnitud. Porque si pasamos a la escala astronómica hay que entender que ese desfase que estamos tan acostumbrados a ignorar, por imperceptible, resulta del todo determinante. Pero, al no estar en nuestro elemento, por más que lo repitamos una y otra vez, nos olvidamos de ello.

Somos víctimas del problema de la escala, un panteísta ni puede evitar acordarse de la expresión “alá es grande”, pero grande de cojones. Grande de otra manera, hacia lo enorme y lo diminuto, extenso, inabarcable, se diría. Infinito, por lo menos en apariencia. Aunque que siempre que se suele hablar del universo se suele referir al universo observable.

Hallamos antes los límites de nuestros sentidos y sofisticados instrumentos que los del cosmos.

Estamos realmente en la burbuja de nuestra percepción, la natural y la asistida por la tecnología.

Pero el problema no es ver el mundo a través de una burbuja que lo distorsiona todo, el problema en realidad es olvidarse de que uno está frente una imagen distorsionada que no le muestra más que una apariencia de la realidad. Y peor aún, tomar decisiones en base a ello.

Así, cuando se habla de la expansión acelerada del universo, se olvida que la información recibida desde lugares remotos no corresponde al mismo momento en que se recibe.

Si uno hace una fotografía del cosmos, no tiene una fotografía de un momento determinado.

Lo que tiene es una película condensada en un sólo fotograma.

Si fuera una fotografía de familia, estaría abarcando todo el árbol genealógico. Al frente de la imagen los padres, detrás los abuelos y así sucesivamente.

Y con una edad con la que jamás coexistieron en la realidad.

Lo que nos devuelven los sentidos e instrumentos no es, a esas escalas, nada que tenga que ver con la forma en la que experimentamos la realidad habitualmente.

Es útil la noción de la burbuja, al final lo que se observa a esas magnitudes es un gradiente en función de la distancia. Así que, cuando Hubble aprecia una evolución lineal del corrimiento al rojo en función de la distancia, parece creer que está viendo una fotografía de un solo momento.

Porque si lo vemos al revés, si vemos que cada vez que miramos un poco más cerca, más en el presente, ese corrimiento al rojo disminuye. Lo natural es pensar en una desaceleración.

Hasta llegar a nuestra vecina Andrómeda que, atribuido oportunamente a excepcionales movimientos locales, bien sabemos que presenta corrimiento al azul y terminará por fusionarse con nuestra Vía Láctea.

Y no intervienen aquí complicados cálculos relativistas, es tan simple como escuchar la sirena de una ambulancia, cuyo tono sube de frecuencia aparente cuando se acerca y baja cuando se aleja.

La luz se comporta igual, al final todo son ondulaciones del medio.

Lo cierto es que no estamos en posición de afirmar qué sucede en los cuerpos distantes hoy, nos llega la luz que emitieron hace millones de años. Asumir comportamientos homogéneos, se diría isótropos, tiene todas las luces de una simplificación. Cabe a partir de ahí inferir una cierta dinámica. En un lugar donde no hay mucha más herramienta que la inferencia y la analogía.

Pero ni siquiera eso es necesario, basta con no confundir lo que sabemos con lo que suponemos.

Diferenciar entre grados de certeza. Sin embargo aún se discute sobre la constante de Hubble.

Es como si nos mostraran una foto de una persona que hasta las rodillas tiene diez años, hasta la cintura veinte, hasta los hombros 30 y en la cabeza 40. Y nos preguntan, ¿qué edad tiene esa persona? Pues sí, me temo que eso estamos haciendo, la media: unos dicen que 20, otros que 30, según en los detalles que se fijen.

Pero ni uno sólo parece comprender lo que está viendo. Algo que simplemente no es real. Un espejo de feria. Eso sí, uno muy, muy grande. Y es sin duda digno de maravillarnos, pero la razón no debería dejarse deslumbrar.

Así que parece algo prematuro concluir que en el momento actual existe una expansión acelerada, más bien la evidencia, bien analizada, sugiere justamente lo contrario. Y el problema es que todo se intenta hacer encajar a martillazos con el paradigma actual hasta que éste se supera.

El hecho de que veamos todo alejarse de nosotros, una vez abandonado el error antropocéntrico, nos devuelve de nuevo a la noción de burbuja. En realidad ese tipo de escenario nos dice más de nuestra percepción que del propio panorama observado. Ni siquiera estamos en condiciones de afirmar que los corrimientos al rojo observados sean resultado exclusivo del efecto Doppler, al que se le suele poner el apellido de “relativista” en este contexto. El efecto Doppler.

Pero si ni siquiera hemos acertado con la dualidad onda-partícula en entender que la posición de De Broglie es la correcta cuando apunta a la noción onda-piloto (aunque más bien sería la partícula la que “pilota” la onda, es en realidad un efecto retroalimentado), estamos como para ponernos a barajar hipótesis sobre la idea de la luz cansada.

No aprendemos la lección, esas magnitudes negligibles en una cierta escala son determinantes si nos movemos varios órdenes de magnitud. Y con mucha probabilidad, con la llamada “teoría del todo”, estemos en la línea de Lord kelvin que cuando creía estar acabando el edificio de la física lo que terminó por demostrarse es que el asunto era mucho más endiablado de lo que cabía suponer.

Y lo paradójico es que son fenómenos simples, es su aglutinación en magnitudes colosales lo que genera la complejidad, sin variar un ápice su esencia pero generando efectos emergentes, hallando puntos de ruptura. Ésa es la verdadera naturaleza del problema de la escala. Por mucho que uno estudie el vuelo de un estornino, poco se podrá figurar del comportamiento de una bandada. Y lo mismo bajo el agua con los bancos de peces. Y eso es a una escala que podemos apreciar en nuestras magnitudes habituales, el problema es que el espectro real de la escala desafía incluso la sensata noción de finitud.

Es muy posible que estemos a las puertas de una paso importante, de un cambio fundamental de paradigma tras el escollo irreconciliable entre cuántica y relatividad. Y seguramente lo que hallemos nos parezca poco menos que pura fantasía, como se lo parece a un animal el fuego, o se lo parecería a nuestros antepasados la luz eléctrica o la comunicación a distancia. Y a buen seguro algo nos queda de esa fascinación ancestral, las posibilidades del futuro, como viene demostrando la historia, se sitúan mucho más allá de las capacidades de nuestra imaginación.

Pero los sentidos nos engañan, deberíamos aprender a escrutar el cosmos a través de los ojos de la razón. Que cuando hablamos de los límites del universo, en realidad nos referimos solamente a los límites de nuestra percepción. Seguimos, sin quererlo, en el error antropocéntrico. Sin saber escaparnos de nosotros mismos.

jueves, 16 de mayo de 2024

Los agujeros de la historia

Cualquiera que haya, ya no estudiado, si no por lo menos seguido el relato de la segunda mundial, debería tener un interrogante repiqueteando en la memoria.

Porque lo cierto es que el capítulo que determina en mayor medida el desenlace de la contienda, que es sin duda ese giro de Alemania hacia la URSS, carece en realidad de un explicación satisfactoria.

Ni todo el petróleo de los Urales vale por el hecho de perder la guerra, del mismo modo que no hay suma de dinero que valga el dirigirse hacia una muerte segura.

Y, dentro del relato de consenso académico de la historia militar, es en realidad la única justificación que se ha aportado. Si uno repara en Irak y otras aventuras más recientes, y cuando digo aventuras es en el sentido más despectivo del término, encuentra que la justificación al "final" es el petróleo.

Y es inteligente. Confesar lo inconfesable, en términos de lo políticamente correcto, bien puede ser una forma de dar por cerradas todas las preguntas. Y si funciona una vez, por qué no repetirlo. Lo cierto es que desde algunos entornos no parece rebosar la creatividad.

Tan sencillo como disfrazar un asesinato de “robo que sale mal”, todo un clásico. Pero con la información apropiada puede ser hasta previsible.

Pues bien, desde luego no puedo plantearme haber cerrado la cuestión, pero mucho es haber hallado un pieza que permita estructurar otra explicación, consecuente con el contexto hipotético que se evalúa en narrativas que cabría englobar bajo la idea general de historia oculta.

Muchas cosas chirrían de la segunda guerra mundial. Pero vayamos al dato, como no, por contrastar: Antes de la guerra Alemania ofrece “asistencia técnica” para construir una carretera hasta Ritsa, en lo que hoy es Abjasia. Y volviendo parece que esos "técnicos"se salen de una curva y regresan a Alemania en horizontal. Muy al estilo ruso.

La cuestión es: qué llevó a la generosidad alemana tan lejos y qué es lo que no se llevaron de vuelta.

¿Podrían ser las circunstancias hasta aquí descritas la razón del inicio de la hostilidades en el frente oriental? Bueno, que cada uno juzgue por sí mismo, esto es lo que fue hallado en 2018 en Adigueya, en el lado opuesto del Cáucaso a Ritsa.



Y es que, si quieres esconder algo, lo pones en la dirección opuesta a lo esperable en términos prácticos. Y si te sabes bajo control tratando de hacer algún tipo de contrabando, lo natural es ocultar el botín a la espera de circunstancias más propicias para extraerlo. O puede que haya visto demasiadas películas de espías.

En cualquier caso, y sin contrastar la información, creo que sirve para abrir la posibilidad dentro de lo razonable de plantear un sensato “qué coño está pasando aquí”.

Los cráneos van acompañados de una caja con el símbolo de la Ahnenerbe y el conjunto procede de una cueva de la región, bajo el lago Ritsa. La justificación que dieron del "agua viva" más apropiada para crear plasma tiene todo el aspecto de una falsa excusa. Y me quiere sonar que esa asociación promotora del conocimiento ancestral alemán tenía algo que ver con los supuestos diseños de platillos volantes nazis.

Y es que es inevitable dejar volar la imaginación. Sabiendo que el cadáver de Hitler nunca fue hallado, conociendo el mito de las declaraciones de Doenitz sobre el Shangri-la inexpugnable construido para su fuhrer, ¿podría una élite haberse exiliado, por la ruta argentina que muchos siguieron, hasta el continente helado?

No lo sé, claro. Ni si hubo una “guerra de los pingüinos” en 1947 bajo la tapadera pública de la operación highjump. No tengo ni idea. Muy oportuno que el tratado antártico prohíba toda presencia militar. Quién sabe.

Lo que sí tengo claro es que no me gustaría estar en la piel del que tuviera que coordinar con esa gente las políticas contra el cambio climático.

De la intempestiva visita de Kerry en vísperas de unas elecciones, siendo secretario de estado de Obama, mejor no acordarse.

De que hace tres meses justo hoy que Irán ha reivindicado el derecho a tener presencia en la Antártida, mejor tampoco enterarse porque, según se enfile el panorama, empieza a cobrar una forma, muy, muy rara.

Como si prácticamente todo lo que sabemos fuera una miserable patraña. Así que, viendo lo visto, qué pena que aquella película de nazis en la luna fuera en tono de comedia, desvirtúa un poco el interés de esa narrativa. Pero es una buena forma de caricaturizarla, de ridiculizarla. De ocultarla. Otra forma de ocultar las cosas, más audaz si cabe, es ponerlas en primer plano.

Así que uno termina en algo parecido al juego de las copas de vino en La princesa prometida. Pero creo que me he quitado un poco la espina de ese capítulo de la segunda guerra mundial que en mi opinión nunca quedó satisfactoriamente explicado, igual que como se explica casi todo lo que envuelve al inefable régimen nazi: que estaban locos.

Sabiendo como uno sabe que hasta los locos tienen sus razones, por inescrutables o disparatadas que nos puedan parecer, son unas cuantas cosas las que no quedan razonablemente explicadas, el mundo podría parecerse más a una película de Indiana Jones que a la realidad cotidiana a la que nos entregamos sin remisión como unidades productivas de un sistema cuyo objetivo se nos escapa.

Y a los que pudieran estar descojonándose de “mis locuras” les dejo una imagen bien linda del agujero de la capa de ozono, a ver si reconocen la silueta del continente que hay debajo:

 


Y por que soy un caballero, si no les estaría sugiriendo que me coman los huevos.

Y además se podría aproximar un centro de ese agujero:

https://www.lavanguardia.com/natural/20200618/481829836546/el-mar-de-weddell-pierde-en-cinco-anos-una-area-de-hielo-el-doble-de-grande-que-espana.html