De hecho está en la misma raíz del, se diría, último problema por resolver de la física, la llamada teoría del todo. Sin pretender caer en el mismo error de Lord Kelvin cuando ya en su día daba prácticamente la física por una disciplina cerrada de la que todo se conocía salvo un par de flecos. Y apenas acabábamos de empezar.
A fecha de hoy, la incompatibilidad de de la relatividad y la cuántica, entre lo muy grande y lo muy pequeño, se presenta de algún modo como última frontera, y al final es una de las muchas formas del problema de la escala.
Y es un problema de una magnitud abrumadora, tal que es físicamente inasequible a nuestros sentidos el simple hecho de hacer una representación a escala real del sistema solar.
Si lo hacemos en una escala que pueda abarcar nuestro ángulo de visión, lo planetas desaparecen por lo diminuto.
Similar ocurre en sentido inverso, con la estructura del átomo, así que no sólo es que el problema nos vaya grande, es que requiere de una precisión que se escapa a nuestros sentidos y magnitudes cotidianas.
La ciencia de hoy se halla en un lugar tan sofisticado que sólo se puede accederse a él mediante el pensamiento abstracto, tan lejos de la experiencia física. Pero qué duda cabe que está ahí, ya sea el agujero negro o el bosón de Higgs, o por lo menos algo parecido al modelo que se trata de articular.
Y lo cierto es que no estamos en nuestro elemento, fuera de nuestras nociones cotidianas, las cifras astronómicas o nanométricas, ya sea con elevados exponentes en positivo o negativo, se escapan a lo asimilable. Ése es en realidad el problema de la escala.
Y nos distorsiona la mirada frente a muchos problemas abiertos, o tal vez más justo sería decir que nuestros sentidos nos muestras una evidencia indirecta del mundo, una imagen distorsionada.
Es curioso porque, lo único que existe es un presente, que es justo lo único que no podemos ver.
Cuando nos miramos en un espejo vemos un pasado muy inmediato, a tenor del tiempo que la onda fotónica tarda en cubrir esa breve distancia.
Y podemos aumentar la distancia y nuestros sentidos aún nos servirán bien, aunque rara vez reparemos en que la imagen los picos de esa montaña lejana no corresponden exactamente al mismo momento que al de un rostro que podemos observar a nuestro lado. Pero a esa escale, funciona. Es negligible, como se suele decir en cierto ámbitos.
Pero sólo en ese contexto, en ese orden de magnitud. Porque si pasamos a la escala astronómica hay que entender que ese desfase que estamos tan acostumbrados a ignorar, por imperceptible, resulta del todo determinante. Pero, al no estar en nuestro elemento, por más que lo repitamos una y otra vez, nos olvidamos de ello.
Somos víctimas del problema de la escala, un panteísta ni puede evitar acordarse de la expresión “alá es grande”, pero grande de cojones. Grande de otra manera, hacia lo enorme y lo diminuto, extenso, inabarcable, se diría. Infinito, por lo menos en apariencia. Aunque que siempre que se suele hablar del universo se suele referir al universo observable.
Hallamos antes los límites de nuestros sentidos y sofisticados instrumentos que los del cosmos.
Estamos realmente en la burbuja de nuestra percepción, la natural y la asistida por la tecnología.
Pero el problema no es ver el mundo a través de una burbuja que lo distorsiona todo, el problema en realidad es olvidarse de que uno está frente una imagen distorsionada que no le muestra más que una apariencia de la realidad. Y peor aún, tomar decisiones en base a ello.
Así, cuando se habla de la expansión acelerada del universo, se olvida que la información recibida desde lugares remotos no corresponde al mismo momento en que se recibe.
Si uno hace una fotografía del cosmos, no tiene una fotografía de un momento determinado.
Lo que tiene es una película condensada en un sólo fotograma.
Si fuera una fotografía de familia, estaría abarcando todo el árbol genealógico. Al frente de la imagen los padres, detrás los abuelos y así sucesivamente.
Y con una edad con la que jamás coexistieron en la realidad.
Lo que nos devuelven los sentidos e instrumentos no es, a esas escalas, nada que tenga que ver con la forma en la que experimentamos la realidad habitualmente.
Es útil la noción de la burbuja, al final lo que se observa a esas magnitudes es un gradiente en función de la distancia. Así que, cuando Hubble aprecia una evolución lineal del corrimiento al rojo en función de la distancia, parece creer que está viendo una fotografía de un solo momento.
Porque si lo vemos al revés, si vemos que cada vez que miramos un poco más cerca, más en el presente, ese corrimiento al rojo disminuye. Lo natural es pensar en una desaceleración.
Hasta llegar a nuestra vecina Andrómeda que, atribuido oportunamente a excepcionales movimientos locales, bien sabemos que presenta corrimiento al azul y terminará por fusionarse con nuestra Vía Láctea.
Y no intervienen aquí complicados cálculos relativistas, es tan simple como escuchar la sirena de una ambulancia, cuyo tono sube de frecuencia aparente cuando se acerca y baja cuando se aleja.
La luz se comporta igual, al final todo son ondulaciones del medio.
Lo cierto es que no estamos en posición de afirmar qué sucede en los cuerpos distantes hoy, nos llega la luz que emitieron hace millones de años. Asumir comportamientos homogéneos, se diría isótropos, tiene todas las luces de una simplificación. Cabe a partir de ahí inferir una cierta dinámica. En un lugar donde no hay mucha más herramienta que la inferencia y la analogía.
Pero ni siquiera eso es necesario, basta con no confundir lo que sabemos con lo que suponemos.
Diferenciar entre grados de certeza. Sin embargo aún se discute sobre la constante de Hubble.
Es como si nos mostraran una foto de una persona que hasta las rodillas tiene diez años, hasta la cintura veinte, hasta los hombros 30 y en la cabeza 40. Y nos preguntan, ¿qué edad tiene esa persona? Pues sí, me temo que eso estamos haciendo, la media: unos dicen que 20, otros que 30, según en los detalles que se fijen.
Pero ni uno sólo parece comprender lo que está viendo. Algo que simplemente no es real. Un espejo de feria. Eso sí, uno muy, muy grande. Y es sin duda digno de maravillarnos, pero la razón no debería dejarse deslumbrar.
Así que parece algo prematuro concluir que en el momento actual existe una expansión acelerada, más bien la evidencia, bien analizada, sugiere justamente lo contrario. Y el problema es que todo se intenta hacer encajar a martillazos con el paradigma actual hasta que éste se supera.
El hecho de que veamos todo alejarse de nosotros, una vez abandonado el error antropocéntrico, nos devuelve de nuevo a la noción de burbuja. En realidad ese tipo de escenario nos dice más de nuestra percepción que del propio panorama observado. Ni siquiera estamos en condiciones de afirmar que los corrimientos al rojo observados sean resultado exclusivo del efecto Doppler, al que se le suele poner el apellido de “relativista” en este contexto. El efecto Doppler.
Pero si ni siquiera hemos acertado con la dualidad onda-partícula en entender que la posición de De Broglie es la correcta cuando apunta a la noción onda-piloto (aunque más bien sería la partícula la que “pilota” la onda, es en realidad un efecto retroalimentado), estamos como para ponernos a barajar hipótesis sobre la idea de la luz cansada.
No aprendemos la lección, esas magnitudes negligibles en una cierta escala son determinantes si nos movemos varios órdenes de magnitud. Y con mucha probabilidad, con la llamada “teoría del todo”, estemos en la línea de Lord kelvin que cuando creía estar acabando el edificio de la física lo que terminó por demostrarse es que el asunto era mucho más endiablado de lo que cabía suponer.
Y lo paradójico es que son fenómenos simples, es su aglutinación en magnitudes colosales lo que genera la complejidad, sin variar un ápice su esencia pero generando efectos emergentes, hallando puntos de ruptura. Ésa es la verdadera naturaleza del problema de la escala. Por mucho que uno estudie el vuelo de un estornino, poco se podrá figurar del comportamiento de una bandada. Y lo mismo bajo el agua con los bancos de peces. Y eso es a una escala que podemos apreciar en nuestras magnitudes habituales, el problema es que el espectro real de la escala desafía incluso la sensata noción de finitud.
Es muy posible que estemos a las puertas de una paso importante, de un cambio fundamental de paradigma tras el escollo irreconciliable entre cuántica y relatividad. Y seguramente lo que hallemos nos parezca poco menos que pura fantasía, como se lo parece a un animal el fuego, o se lo parecería a nuestros antepasados la luz eléctrica o la comunicación a distancia. Y a buen seguro algo nos queda de esa fascinación ancestral, las posibilidades del futuro, como viene demostrando la historia, se sitúan mucho más allá de las capacidades de nuestra imaginación.
Pero los sentidos nos engañan, deberíamos aprender a escrutar el cosmos a través de los ojos de la razón. Que cuando hablamos de los límites del universo, en realidad nos referimos solamente a los límites de nuestra percepción. Seguimos, sin quererlo, en el error antropocéntrico. Sin saber escaparnos de nosotros mismos.