No es objeto de este texto abordar las diversas evidencias e indicios que conducen a esta conclusión, ese apartado ya se ha abordado en otros trabajos, aunque sin duda se harán algunas referencias. El objetivo es pasar al análisis de las posibles causas del cataclismo que sin duda se produjo, de una de ellas en concreto.
Antes de entrar en materia quisiera subraya lo enormemente fácil que es ridiculizar este tipo de postulados.
Podemos reírnos cada uno de los días de nuestra vida de la muerte, y en todos nos saldremos con la nuestra excepto en uno. Así que estadísticamente parece bastante más provechoso despreciar el tipo de evento de baja frecuencia como el que se propone, pero sí alcanzamos a ver con claridad que nuestra propia existencia como individuos tiene un final inexorable. El hecho de que cada día muera gente nos lo recuerda. Más difícil parece para algunos intuir ciclos de más largo recorrido, todos esos “inmortales” quedan invitados a reír el día de su propia muerte. Sus calaveras se encargarán de reír por ellos después. Y suelen decir que quien ríe el último ríe mejor.
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Eventos de baja frecuencia. Cisnes negros, podríamos decir. Ambas expresiones vienen como anillo al dedo sobre el caso concreto que se va a plantear.
Tras la alineación de las tres grandes pirámides de Guiza con Orión que descubrió Bauval, queda poca duda de que alguien se tomó no pocas molestias para señalar un lugar del firmamento. También la cercana constelación de las Pléyades, las llamadas siete hermanas, ha tenido un papel relevante en las culturas antiguas, especialmente en Sumeria.
Se suele interpretar como que señalaban en algún modo nuestros orígenes, y de cierta retorcida manera así sería: estarían señalando en realidad a nuestros verdugo.
Hay varios candidatos para este tipo de cataclismos que no son necesariamente excluyentes entre sí:
Supernovas, llamaradas solares, meteoritos, terremotos y volcanes, diluvios e inundaciones…
Pero lo que me ha llevado a poner algunos pensamientos por escrito es el paper publicado en arxiv por astrofísico canario Héctor Socas-Navarro, os cuento un poco como veo y como va la historia.
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Alguno tal vez haya oído hablar de Nibiru y todo ese tipo de narrativa pseudo conspiratoria y semi fantasiosa, similar a lo que sucede con el “gran año” de los mayas. Pero lo cierto es que existe cierta evidencia científica de un planeta 9 con una órbita sumamente excéntrica respecto al sol que causaría grandes alteraciones al entrar y salir de las proximidades de nuestra estrella, lo que vendría a ser su perihelio.
Nibiru es una palabra babilónica pero vamos a dejar por el momento de lado todas esas zonas pantanosas que representan la interpretación de las culturas antiguas, aunque en buena medida sean lo que conduce a las conclusiones que se presentan, ciñámonos a la evidencia eficiente y contrastada.
El trabajo de Socas-Navarro se basa en la anomalía estadística que supuso la aproximación a la tierra del objeto bautizado como CNEOS14. Sin entrar en detalles, por su masa, velocidad y trayectoria, se valora la posibilidad de que haya sido desviado por un cuerpo masivo que todavía no hubiera sido identificado por resultar especialmente esquivo: el planeta 9.
En paralelo, otros indicios apuntaban ya en esa dirección. Y cuando se dice “masivo”, se estima que su masa podría oscilar entre varias veces la de la Tierra a algo inferior a la de Neptuno.
Desde luego la distancia es un factor igual de determinante pero si advertimos que el tirón gravitatorio de la luna es responsable de la mareas tal vez alguna idea nos podamos dar de la clase de alteraciones que podría causar un cuerpo de esa masa entrando y saliendo del sistema solar.
Lo que se propone es una órbita muy excéntrica que ofrecería un largo lapso de estabilidad antes de la próxima e inevitable acometida. Una putada enorme, vamos, material para pesadillas. Un evento de baja frecuencia. Un cisne negro. Y decía que la expresión era especialmente apropiada porque al ser un cuerpo que no desprende luz propia y sólo refleja la del sol, en la distancia sería especialmente complicado de ver, aún con los modernos telescopios y teniendo el área del cielo relativamente acotada, al parecer sin saberlo desde hace miles de años. Sigue siendo un espacio muy amplio y un brillo muy tenue.
Sin embargo, si la hipótesis es correcta, debería ser inevitable que termináramos por verlo aún cuando ya lo tuviéramos encima. Tal vez tengamos tiempo de hacer algunas pirámides más.
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Es probable que muchos no entiendan que tienen que ver las pirámides aquí o les parezca que está metido con calzador y tampoco vean la relación que estos asuntos pueden tener que ver con el eje geopolítico. La egiptología moderna ha despreciado sistemáticamente, ya desde la Piramidología de Greaves, y sigue haciéndolo, la tradición árabe, muy probablemente proveniente de la transmisión oral, que explica el mismo relato que poco más o menos aquí se reproduce.
Muy resumidamente, lo sabios del reino ven venir el cataclismo que se avecina y el gobernante de turno ordena erigir las pirámides como forma de preservar el conocimiento.
Del mismo modo la historiografía actual desprecia relatos calificados en el mejor de los casos de mitología como el diluvio de Noé o la Atlántida de Platón.
Como mencionaba al principio, campa a sus anchas esta clase de escepticismo mal entendido e irreflexivo, que cree abogar por el conocimiento desde la más profunda ignorancia, y juega con una ventaja más que notable, al fin y al cabo nadie se muere en la víspera. Afortunadamente el verdadero conocimiento al final converge. Sólo queda esperar que no vuelva a ser demasiado tarde.
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Cierro con una pequeña reflexión casi como nota a pie de página:
La realidad es mucho más extraña de lo nos parece. Ha de serlo. Ésa es la conclusión inevitable de extrapolar la mirada de nuestros ancestros al presente que conocemos, o creemos conocer.
¿Cómo podría encajar una pequeña sociedad de pastores y agricultores del neolítico los avances de la tecnología en su concepción del mundo? La reflexión de Arthur C. Clarke ha quedado esculpida en la piedra de la posteridad: cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
Si pudieran ver el mundo de hoy en día, sin duda su reflexión sería la que da inicio a este texto. Y su realidad ya poseía esas condiciones que ignoraban por completo. La electricidad, la radiación electromagnética, la luz, siempre ha estado ahí. Ya sea como fuego o como vehículo de sofisticados sistemas de comunicación. Curiosamente, también el fuego fue un medio de comunicación, en algún tiempo.
Por lo tanto, se hace más que procedente pensar que, salvando las distancias, nos hallamos en una situación análoga, por más que hayamos o creamos haber avanzado. La realidad es mucho más extraña de lo nos parece. Ha de serlo. Tanto que si pusieran la verdad ante nuestros ojos nos parecería magia.
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El paper referido, “La hipótesis del mensajero”, es tan reciente como de mayo de 2022 y tiene prevista su cuarta revisión para principios de este próximo 2024.
https://arxiv.org/abs/2205.07675
Y aquí el preceptivo comentario de Francis de Naukas sobre el tema:
Hay otras referencias relacionadas con el asunto en wikipedia: Tyche, Némesis, el quinto planeta gaseoso y seguro otras que se me escapan...
Y tal vez alguna correlación haya, entre otros factores, con el ciclo que se puede observar en esta gráfica que representa el nivel del mar a los largo de los último 450.000 años. La línea negra la he trazado yo, por si no fuera lo bastante evidente, el gráfico original proviene de esta fuente:
http://www.divulgameteo.es/fotos/lecturas/Cambios-nivel-mar.pdf